«La humanidad de Dios», de José María Castillo

Este es el título del libro que publicó José María Castillo en 2012 (Ed. Trotta). En él trata de desgranar lo fundamental del cristianismo. Lo que pongo a continuación es un resumen y mi visión sobre él. Podría ser que el autor no se sintiera totalmente identificado con lo puesto por mí (aunque tampoco creo que lo vaya a leer), pero ese el problema de reseñar un libro. La entrada es un poco larga y el contenido algo árido, pero a mí me viene bien para llevar un cierto control de mis lecturas y a alguien le puede animar a leer el libro. El texto me ha resultado provocador, ya que junto con algunas afirmaciones con las que concuerdo, hay bastantes con las que no y suponen un cuestionamiento para mi forma de pensar.

En el primer capítulo, el autor muestra la dificultad que tiene hablar de Dios en la actualidad. Hoy ya no se puede hablar de Dios como se hacía en otros tiempos. Hemos de reconocer que no podemos conocer a Dios:

«Dios, lo que es Dios en sí, no está al alcance de los seres humanos… lo que sabemos de Dios no lo sabemos porque el mismo Dios nos lo ha dicho. Con demasiada facilidad afirmamos que los libros sagrados contienen la revelación de Dios, cuando, en realidad «Dios no está disponible en la letra», en ninguna letra humana, que siempre es y será simplemente humana, inmanente, histórica. Lo que llamamos la «Palabra de Dios» es un hecho cultural, una palabra «vertida en una letra enteramente humana», que nunca perderá su condición terrena y su origen humano» (p. 20).

La religión es siempre un hecho histórico y, por tanto, inmanente, que pretende conectar a los humanos con lo Trascendente. Según el autor, con frecuencia las «religiones enaltecen a Dios a costa de lo humano». Lo Trascendente aparece como lo santo y separado, lo que está por encima. Así pues, las creencias religiosas acaban introduciendo divisiones en la realidad y la distorsionan, generando consecuencias negativas en casi todos los ámbitos de la vida y la convivencia.

Acabado el primer capítulo, ya empezaba a pensar si valía la pena seguir. Yo había comenzado intentando aclararme con mi fe pero, al parecer, la religión es un invento humano y, en general, dañino. Coincido con el autor en que la religión es un hecho cultural e histórico, pero no creo que en general sea dañino. Creo que, con un lenguaje simbólico, ayuda a los seres humanos a aclararse con su vida. Eso no quiere decir que no deba ser continuamente revisada y contrastada con la razón y el diálogo.

En el capítulo 2 las cosas no mejoran: «Hablar de Dios en España». Aquí hablar de Dios está mediado por nuestra experiencia con la Iglesia Católica. La mayoría de la sociedad rechaza a una Iglesia que intentaba someter a su criterio el conocimiento científico (s. XIX); que es vista como afín al poder y determinadas políticas del pasado (por ejemplo, el papel de la Iglesia en la guerra civil); o que defiende posturas morales que resultan escandalosas (Cfr. pp. 33s).

«Pensar al Trascendente desde la inmanencia» es el nombre del tercer capítulo. Aquí el autor va a aclarar algunos de los presupuestos que había usado en el capítulo 1. Si Dios es el Trascendente, no lo podemos conocer en sí, ya que todo nuestro conocimiento es fenoménico e inmanente (aquí vienen bien las distinciones usadas por Kant). A lo sumo, podemos hacernos representaciones de lo Trascendente, pero sólo serán representaciones nuestras (Cfr. pp 36s). Esas representaciones son siempre fenómenos culturales y, como tales, dependen de unas situaciones concretas, unos intereses, y están sujetas al cambio.

La crisis de fe que se vive en Europa no viene tanto del laicismo, sino de que Dios ha sido presentado de una forma falseada (Capítulo 4: «La crisis actual de la fe en Dios»).

«Es mucha la gente que a Dios lo ve, lo piensa, lo entiende, como otro ser, «otra persona», un «tú», con el que cada uno puede relacionarse, al que se le pide lo que se necesita; o también al que se le ofende, como se puede ofender a otro ser humano cualquiera». (p.42)

Con todos estos presupuestos, el autor acaba por hacerse una pregunta (con la que coincido):

«¿Por qué la gente piensa en Dios, busca a Dios, cree en Dios? ¿Qué necesidad tenemos de eso que llamamos «lo trascendente»? ¿No sería mejor prescindir del complicado asunto de Dios y de las religiones para vivir (tranquilamente y sin problemas añadidos) nuestra limitada condición humana?». (p. 43)

Y la respuesta de Castillo es que en Dios proyectamos nuestros deseos, especialmente los deseos de poder y de sentirnos acogidos (bondad). Nuestra imagen de Dios siempre será una proyección de nosotros mismos. Las consecuencias han sido nefastas: nos ha resultado un Dios violento, y su violencia se ejerce por medio del miedo, la amenaza y el sentimiento de culpa. Pero, además, cada grupo de creyentes se cree en la posesión de la verdad y exige una dignidad e igualdad para los suyos, que a la vez excluye a los otros, generando así división y violencia entre las distintas religiones (Cfr. pp 45ss). En el caso de la Iglesia Católica, esa imagen de poder se ha ejercido por medio del sacerdocio, un poder que exige la desapropiación mental del creyente, quien debe aceptar como verdadero o bueno lo que la jerarquía le presente. (Cfr. pp. 50s)

En el capítulo 5 («La fe en Dios como saber y como convicción»), José María Castillo va a intentar empezar a salir del embrollo que ha ido creando: ¿cómo escapar de ese Dios violento y contradictorio sin abandonar a Dios? El problema, vuelve a decir, no es Dios, sino cómo nos lo hemos representado. Como la religión es un hecho cultural, el autor parte de la Biblia, ya que forma parte de la herencia cultural de Occidente. En primer lugar, en la fe bíblica lo importante no es creer ciertas cosas sobre Dios, ya que lo importante de la Biblia no son las verdades, sino cómo nos muestra a Dios actuando en la historia. En línea con ello, la fe no consiste en creer un conjunto de verdades, sino en vivir éticamente, o dicho en el lenguaje bíblico: en la fidelidad que se realiza en la práctica de la justicia (Cfr. pp. 54s). Siendo Trascendente, Dios se manifiesta desde la inmanencia, en la historia y la libertad humanas. Nuestro saber sobre Dios no puede expresarse como lo hace la ciencia; de Dios sólo podemos hablar simbólicamente. Pero tampoco la ciencia tiene un lenguaje adecuado para expresar las grandes cuestiones de la existencia.

Aquí quiero señalar lo que a mi entender es un punto débil de toda la argumentación: el único punto de apoyo para pasar de la crisis de fe a la afirmación de la fe en Dios según la Biblia es que forma parte de nuestra cultura. Y este va a ser el punto de arranque del capítulo 6 («El centro del cristianismo no es Dios, sino Jesús»), en el que, como apunta el título, Castillo va a hablar del cristianismo.

«El centro del cristianismo no es el Transcendente, sino un ser humano, un hombre, que nos revela, nos da a conocer y nos explica al Trascendente. Dicho más claramente, el centro del cristianismo no es lo divino, sino lo humano» (p. 61)

«Por eso es exacto afirmar que, en Jesús, Dios ha entrado en nuestra inmanencia y se ha unido a la condición humana. Jesús, por tanto, representa y significa que en lo humano, y solo en lo humano, es donde podemos encontrar a Dios y donde podemos relacionarnos con Dios» (p. 62)

Para reforzar esta afirmación, Castillo va a utilizar la tradición de Pablo, la del evangelio de Juan y la del evangelio de Mateo.  Pablo, concretamente en el himno de la carta a los Filipenses (2, 5-11), nos muestra a un Dios que se ha vaciado de sí mismo y ha tomado la condición de esclavo. No hay aquí expresión alguna de poder; en Jesús, Dios se ha despojado de su rango y se ha puesto a servirnos. Respecto de la tradición de Juan, Castillo se sirve del prólogo del evangelio (1, 1-18), para expresar que Dios se ha hecho carne y, por tanto, a Dios sólo lo podemos conocer por medio de la humanidad. Y a partir de Mateo (en especial, 25, 31-46), el autor nos recuerda que nuestra relación con Dios (lo que tradicionalmente hemos denominado salvación) no se juega en un ámbito separado, sagrado, ni en un conjunto de doctrinas, sino en nuestra relación con los demás, especialmente con los que sufren.

Siendo Jesús un hombre religioso, no pretendió fundar ninguna nueva religión, sino humanizar cualquier forma de religiosidad (Cfr. p. 86). Los evangelios no pretenden ofrecer un catálogo de creencias o ritos que observar, sino que nos muestran a Jesús, su vida y su acción; de manera que creer en él, es seguirle, identificarse con su vida (Cfr. p. 87)

El desarrollo posterior del cristianismo condujo a la forja de una religión en consonancia con la estructura social y política del Imperio Bizantino. Así, se produjo un desplazamiento del Dios humanizado en Jesús de Nazaret a un Dios separado; del Padre de misericordia al Todopoderoso; del Dios que hace suya la humanidad, a una divinidad que la anula. Un Dios que sanciona una estructura social y política en la que se valora el dominio y el poder (Cfr. pp. 91-94). No han faltado testigos que a lo largo de la historia han recordado que nuestras representaciones de Dios siempre son insuficientes (Eckhart, San Juan de la Cruz); que en Jesús, Dios se ha metido en el corazón de la humanidad y de nuestra historia, y que es en cada ser humano y en los acontecimientos de cada día donde hay que encontrarle (Bonhoeffer, Tillich, Rahner). Pero tampoco han faltado muestras de poder por parte de la jerarquía católica, sancionando la imagen del Dios Todopoderoso, que exige obediencia y el tributo de nuestro pensamiento bajo un orden superior de cosas (Vaticano I, Pío XII).

La opción de José María Castillo es considerar el cristianismo como movimiento «no-religioso» (cap. 8). Aludiendo de nuevo a que las religiones, aunque han sido positivas en algunos casos, en general producen divisiones y odio, sostiene que Jesús no pretende imponer una doctrina ni unos rituales:

«lo propio y específico de la espiritualidad de Jesús no es la fe, sino la ética que se pone al servicio de la misericordia» (p. 108).

«Frente a este saber proyectivo (propio de la religión), la tradición cristiana, desde el Evangelio, nos dice que la forma de vida de Jesús es el criterio para pensar en Dios y para hablar de Dios» (p. 109)

Y aquí es donde me vienen más dudas: ¿No hay detrás del evangelio una imagen de Dios, una representación (un Padre tenía dos hijos…, Dios que hace salir el sol sobre buenos y malos)? ¿Realmente se puede separar el cristianismo de una religión, cuando el acceso a Jesús lo tenemos por medio de unos textos (los evangelios y los demás libros del NT) que desde el principio unas comunidades cristianas consideraron como referentes, dejando de lado otros textos que según estas comunidades no reflejaban su fe en Cristo? ¿De verdad no hay algunas afirmaciones básicas que constituyen un núcleo de fe o una doctrina (que no tiene por qué ser algo estático o cerrado y puede encontrar diversas expresiones)? ¿Acaso algunos de los textos incluidos en los evangelios no son reflejo de prácticas rituales (el bautismo y la fracción del pan) que desde el principio tenían las comunidades cristianas? Creo que la relación con Dios nos la jugamos en la relación con los demás, pero el cristianismo no es simplemente una ética. Desde sus orígenes ha realizado un anuncio (Dios resucitó a Jesús de entre los muertos), ha constituido comunidades con personas con diferentes responsabilidades (los Doce, Pablo, los diáconos…), ha tenido que discernir qué normas del judaísmo debían seguir cumpliéndose y cuáles no (como aparece en Hechos o en Gálatas)… Desde el momento en que el seguimiento de Jesús se realiza en comunidad, se ha ido configurando un conjunto de prácticas, una organización, unas creencias y una ética que identificaba a la comunidad y, por medio de todo ello, la comunidad intentaba identificarse con Jesús. Y a la hora de expresar su fe en Jesús, cada comunidad cristiana se ha servido del lenguaje, las costumbres, la cultura de su entorno, así como de sus propias vivencias de fe. Entonces, sí, es verdad que el cristianismo es un hecho cultural (ahora estoy leyendo «El cristianismo: esencia e historia», de Hans Küng, que trata de cómo el cristianismo se ha ido desarrollando desde diferentes contextos históricos y culturales), pero a Jesús accedemos desde una cultura y una historia concretas y, por tanto, resulta inevitable seguir haciéndonos representaciones de Dios. Lo importante es que sepamos que son representaciones y estemos dispuestos a revisarlas desde el mensaje (Jesús también habló) y la práctica de Jesús (si es que queremos ser cristianos).

En el último capítulo, el autor aborda «el futuro de la Iglesia y la teología». De esta parte quiero señalar la siguiente afirmación:

«solamente tendrá razón de ser y futuro la teología que sea capaz de aporta algún sentido a la vida. Y así, potenciar la mejor respuesta que podemos dar a nuestros anhelos de humanidad.

El problema concreto, con el que hoy se encuentra la teología católica, está en que los mencionados anhelos de humanidad, que se palpan en tanta gente de buena voluntad, no encuentran respuesta y solución en la mayor parte de la teología que, en las últimas décadas, se viene produciendo y publicando» (pp. 117s)

Según Castillo, la razón de esta situación es el miedo de los teólogos a ser censurados (de nuevo el poder).

Como ya he manifestado antes, no estoy de acuerdo con la tesis de que las religiones son dañinas y que de Dios sólo nos hacemos una imagen proyectiva (creo que es interesante leer la crítica que Hans Küng hace a Feuerbach y Freud en «¿Existe Dios?»). Me parece que el autor carga demasiado las tintas en los aspectos negativos y, muy de pasada,  cita algún efecto positivo. Coincido en que de Dios sólo podemos tener representaciones; pero el lenguaje simbólico de las religiones tiene la capacidad de hacernos vislumbrar algo de lo que sea ese Dios. No creo que todas las religiones sean igualmente válidas (aunque esto no lo dice Castillo), por ello creo que a favor del cristianismo hay algo más que el hecho de que forme parte de nuestra herencia cultural (aunque yo sé que en principio soy cristiano porque me han educado así). Cuando el autor opta por Jesús para mostrar una imagen de Dios, de alguna manera considera que ésta es preferible a otras imágenes que nos hemos ido creando.

La lectura ha resultado suficientemente provocadora como para que me plantee ir elaborando mis propias ideas al respecto. Lo intentaré en otra entrada.

9 comentarios el “«La humanidad de Dios», de José María Castillo

  1. Durante una etapa de mi vida me ayudaron mucho las lecturas de J.M. Castillo. Me ayudó mucho a romper el cordón umbilical con el cristianismo como «herencia cultural» y a empezar a «personalizar» mi relación con Jesucristo. Ahora estoy bastante lejos de su pensamiento.

    Me alegro mucho de los derroteros que va tomando tu evolución personal, amigo Fernando. El otro día, en tu entrada «Cargar con su cruz y seguirle», hablas en contra de «acomodar el mensaje de Jesús a nuestros intereses», y formulabas un principio clave en nuestro acercamiento a Dios por medio de su Palabra: «Hay que llevar cuidado con eso de buscar justificaciones en el Evangelio; más vale dejarse interpelar».

    Ahora, en tu diálogo crítico con Castillo, creo que te mantienes bastante en esa actitud. Castillo se está erigiendo en juez de la Palabra de Dios, no sometiéndose a ella en actitud discipular. Ese no es el camino de alguien que realmente quiere seguir a Jesús.

    En particular, esa idea (claramente contraria a la Escritura) de que no podemos conocer a Dios, es la excusa perfecta para fabricarse una idea de Dios propia, a la medida de las preferencias personales, idolátrica…

    Creo que el contacto constante y directo con la Palabra de Dios con esa actitud en una muy buena dirección, en la cual te animo fervientemente a seguir. Oro al Señor para que sea así.

    Quisiera concluir con unos textos de la Escritura al hilo de tu entrada. Dos en cuanto a la actitud cristiana ante las Escrituras, y dos en cuanto al conocimiento de Dios:

    «Por esta razón, nosotros también damos gracias a Dios sin cesar; porque cuando recibisteis la Palabra de Dios que oísteis de parte nuestra, la aceptasteis, no como palabra de hombres, sino como lo que es de veras, la palabra de Dios quien obra en vosotros los que creéis» (1Tes 2:13).
    _________________

    «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, El le ha dado a conocer» (Jn 1:18).

    «Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí. Si me conocieseis, también a Mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?» (Jn 14:5-9).

    «… Si vosotros permanecéis en Mi palabra, seréis verdaderamente Mis discípulos;
    y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8:31-32).

    «Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos tocante al Verbo a de vida
    -la vida fue manifestada, y la hemos visto; y os testificamos y anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y nos fue manifestada-, lo que hemos visto y oído lo anunciamos también a vosotros, para que vosotros también tengáis comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1Jn 1:2-3).

    Nuestra comunión con los Apóstoles de Jesús, cuya enseñanza ha quedado registrada en el Nuevo Testamento, es la única via para tener al Jesús verdadero y la comunión real con el Padre y el Hijo.

    Ese, al menos, es el cristianismo bíblico, apostólico. Hay otros «cristianismos», pero no están fundamentados sobre el testimonio de los testigos oculares, los íntimos de Jesús.

    Un abrazo!

    • Querido Plácido:
      No creo que intentar indagar desde el lenguaje y el pensamiento actual en lo que hay de perenne en el cristianismo sea erigirse en juez de la Palabra de Dios. Los dos sabemos que J.M. Castillo es y ha sido un estudioso de la Biblia y las religiones, aunque desde presupuestos bastante diferentes a los que tú ahora sostienes. Le has leído y lo sabes de sobra. Valoro el esfuerzo que J.M. Castillo y otros teólogos hacen por hacer entender su fe al mundo de hoy, con una cultura tan distante del contexto del NT, aunque eso les lleve a revisar muchas de las afirmaciones que aparecen en la Biblia, intentando diferenciar lo que hay de perenne y lo que puede depender de un determinado contexto cultural y eclesial. A la vez, hay cosas en sus conclusiones que no comparto, como he expresado en mi comentario.
      De momento, sigo a mi ritmo revisando una fe siempre débil. Gracias por tu lectura y tu comentario.

  2. Personalmente, no he leído a J. M. Castillo; no obstante, para describir un paisaje, muchas veces solo hay que contemplarlo y se puede ya describir, a grandes rasgos, si es tropical, montañoso, desértico, etc. Eso ya nos pone en posición de saber qué tipo de fauna y flora encontraremos en ellos.

    Los extractos transcriptos por el señor Fernando Serrano Villaplana y sus comentarios sobre el libro de Castillo así como los de “Obedferrándiz” me hacen ver que tal vez – digo tal vez – Castillo pasa por alto un asunto que no es suave ni liviano en cuanto al tema de lo trascendente, y es que San Pablo decía que a ellos – los apóstoles – les fue dada la facultad de administrar los misterios de Dios. Y si son misterios, precisamente no están al alcance de la mente humana, pues si hubiese dicho misterios humanos, la cosa sería más “administrable”; pero al decir que son de Dios, pues la cosa ya es trascendente. Mas, sin embargo, confiesa este apóstol que ellos son depositarios de administrar tales misterios, y esto, por supuesto, porque ya le fueron revelados los mismos. Y hasta le fue confiado el tiempo en que tal misterio fue revelado, y a quien, y para quien. Leamos un par de cosas:

    “…la Iglesia, de la cual he llegado a ser ministro, conforme a la misión que Dios me concedió en orden a vosotros para dar cumplimiento a la palabra de Dios, al MISTERIO ESCONDIDO DESDE SIGLOS y generaciones, y MANIFESTADO AHORA A SUS SANTOS, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de ESTE MISTERIO entre los gentiles, que es CRISTO EN VOSOTROS, LA ESPERANZA DE LA GLORIA, al cual nosotros anunciamos, amonestando e instruyendo a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de presentarlos a todos perfectos EN CRISTO.” (Col. 1.24-28)

    Este misterio ha estado oculto y se manifiesta solo a sus santos, y como dice Ferrándiz, se puede decir que es dada a la iglesia que profesa “el cristianismo bíblico, apostólico”, y lo contundente es que, de contramano a lo escrito por Castillo, que pareciera buscar la realidad de Cristo desde afuera para adentro, San Pablo nos aclara que este misterio es a la inversa, es decir, de adentro para afuera, y que no está sujeta a nuestros pensamientos, razonamientos, conocimientos, ni buenas voluntades, sino solamente a la presencia y de Cristo (Dios, el Hijo) EN nosotros.

    Tamaño misterio y hecho trascendental, evidentemente no puede estar sujeto a carne y sangre ni a voluntad de varón.

    Y para corrobar esto, tengo que ir a lo más básico del Evangelio, que por básico entiéndase también extremadamente fundamental y profundísimo. Básico en la sencillez de la dádiva, fundamental en la operación de la regeneración, la cual es divina, trascendente, sobrenatural, y ¡gloriosa! Profundísimo porque la humanidad ni hombre alguno puede – bajo ningún medio – alcanzarlo ni conseguirlo. Es un don de Dios.

    “Llegado Jesús a la región de Cesaréa de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos:
    ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?»
    Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.»
    Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?»
    Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.»
    Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, PORQUE NO TE HA REVELADO ESTO LA CARNE NI LA SANGRE, SINO MI PADRE QUE ESTÁ EN LOS CIELOS.” (Mateo 16.13-17)

    Creo que los hombres, en su correría por elaborar pócimas, brebajes, y potajes que se ajusten a nuestro paladar y pasar por alto el reconocer que sin este ingrediente ninguna de esas recetas nunca podrá siquiera ni acercarse al sabor divino ni alimentar como debiera nuestro espíritu y alma, solo logran montarse en el carrousel de la mera filosofía, que al impulso de nuestra propia alma en búsqueda de lo trascendente pero sin el espíritu humano alimentado por el Espíritu de Cristo en nosotros, solamente nos llevará a dar vueltas y vueltas sobre estos asuntos, hasta terminar completamente mareados, o peor aún, locos.

    Con Cristo no necesitamos ver el paisaje para describirlo, lo llevamos adentro.

    Y entonces es cuando podemos hablar de eso. Cristo se hizo humano, pero es para darnos de su naturaleza divina y poder estar con Él sentado en los lugares celestiales, y no a la inversa como plantea – creo yo – Castillo, de que pretendamos de nuevo presentar a un Cristo que no nos cree conflicto de manera que a podamos seguir siendo lo que somos y de esa manera que todo sea más sencillo. Si así fuese, el Señor nunca nos hubiera pedido que nosotros también carguemos con “nuestra cruz”.

    Un abrazo a ambos, a Fernando Serrano V. y a Plácido Ferrándiz. Que Dios me los bendiga y guarde en la paz dada por su hijo Jesús, el Cristo.

  3. Estimado Sr. Bozzano:
    Agradezco su lectura y su comentario. No comparto sus ideas acerca de la filosofía. En un mundo en el que hay diversas posturas éticas y religiosas, apelar directamente a la autoridad de la Biblia es insuficiente. En un mundo así, no todos comparten una misma fe, pero sí podríamos compartir una misma razón, entendida como la capacidad de preguntar, de indagar, de argumentar, de dialogar. Yo intento acercarme a la Palabra de Dios con la razón que he recibido y el conocimiento que he adquirido (recibido en su mayor parte también), en el contexto cultural concreto que me ha tocado. Por ello, coincido con el Sr. Castillo en que nuestro conocimiento de Dios son representaciones humanas (otra cosa es si son exclusivamente humanas o no). Incluso nuestra lectura de la Biblia es una representación; o mejor, una interpretación que siempre estará condicionada por unos intereses, unos presupuestos y un contexto cultural. La cuestión, y en eso me ayuda la filosofía y la lectura de este y otros libros, es reconocerlo y estar dispuesto a revisarlo. No quiero extenderme más en la respuesta, pues, poco a poco, deseo ir expresando de manera más precisa estas y otras ideas en el blog.
    De nuevo, gracias por su comentario.

    • Apreciado Sr. Serrano Villaplana:

      Gracias por responder y dedicarme unas líneas.

      No quiero que me malinterprete. No estoy en contra de la filosofía per se. De hecho que la filosofía fue el arma fundamental que los apologetas cristianos de los primeros siglos neotestamentario usaron para afianzar las doctrinas del cristianismo. La simple mención de un verso – o versos – sin la explicación contextual (sea histórica, cultural, ritual, étnica, etc.) muchas veces genera más dudas que certezas. En ocasiones hasta divisiones en el seno de la misma Iglesia. Falta un ingrediente más.

      De ahí que luego de leer sus impresiones sobre el libro comentado, mi escrito fue simplemente para decir que en la cosmovisión sobre el cristianismo, si no se tiene ese ingrediente primario, es decir, la regeneración de la cual hablaban San Pedro y San Pablo, o el nuevo nacimiento como lo decía el Señor a Nicodemo en San Juan cap. 3, es imposible “ver” – y por ende mucho menos “entrar” – en el Reino de Dios. Toda partida debe obligatoriamente tener un destino, aunque no se sepa cuál será el mismo, como en el caso de Abraham. La causa sin la espera del efecto solo produce una suerte de inercia que no termina concluyendo o llegando a nada, por así decir, aunque se haya recorrido mucho.

      La filosofía sin Cristo como centro es como el diagnóstico de una enfermedad sin poder determinar la cura de la misma. ¿A qué llegaron los filósofos griegos? Algunos tal vez llegaron hasta la misma puerta del cielo, pero nunca supieron decir qué había después de eso. Todos diagnosticaron, pero solo Jesúscristo trajo el remedio. ¿Qué es lo que busca todo filósofo? Una sola cosa: la verdad. Todos buscaron la verdad a su manera, pero un solo hombre se aventuró a echar por tierra todo eso, Jesús, pues al decir que él era “la verdad” puso toda la filosofía de rodillas, pues al decir que la verdad es una persona, todo lo demás no tiene sustento. Si eso no es verdad, entonces Jesucristo mintió y debemos seguir filosofando, pero si fue (y es) verdad, la búsqueda terminó. Nos compete ahora, ya con ese ingrediente, no solo hablar con Cristo (hablar con la verdad) sino también hablar de Cristo. Pues si hemos encontrado la verdad, ¿a qué esperar para darlo a conocer a un mundo sediento de la verdad? Entonces, y solo entonces, todo tiene sentido. Ya no es dar golpes al aire. Si la filosofía tiene como punto de partida y centro a Cristo, entonces la existencia tiene sentido por causa de la esperanza, pues el final del discurso es que siempre la filosofía buscó la verdad para proyectar esperanzas. El de dónde venimos y a dónde vamos, de la mano de «el motor del universo” (que ahora sabemos es Cristo, pues de Él, por Él, y para Él, son todas la cosas) ya no es más un juego de acertijos, sino una verdad irrefutable.

      Ahora sí, teniendo un Alfa y Omega, nos toca buscar ese propósito por el cual y para el cual fuimos creados, usted y yo, y a la larga, tanto usted y yo, como todos los que están “en” Cristo, somos parte de un engranaje perfecto, “creados en Cristo Jesús para buenas obras”. Nos toca ponernos de acuerdo en Él; no fuera de Él.

      La Biblia es luz, y es la regla de medir de la humanidad. En estos tiempos están quitando esa regla de en medio – la Palabra de Dios – ya el caos asoma en cada esquina. El desenfrneo en todos los órdenes es de terror. Ya llegaron los días en a lo bueno dicen malo, y a lo malo bueno, conforme estaba profetizado en las Escrituras hace miles de años. Hasta en eso es la regla. Ponga esa regla como patrón de medición, y por lo menos algunos tendremos algo de que sujetarnos. Y dos ya hacen diferencia. ¿No dijo acaso el mismo Señor que “donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos”? Ese es el punto de partida de la Iglesia, la comunión siquiera de dos. ¿El mundo? El mundo tiene sus propias reglas (o mejor decir sus propios caos), y la vemos todos los días en los noticieros. Desgraciadamente sabemos a dónde van y están yendo cuando dejan de lado esa “regla de medir” que es la Palabra de Dios. Y el Señor nos asista de cómo la impiedad está arrasandolo todo.

      Particularmente coincido con Bonhoeffer y Francis Schaeffer en que es preciso encontrar una nueva manera de usar el lenguaje del evangelio sin perder la esencia y mensaje del mismo, debido a lo cambiante que ha sido la cultura en estos últimos tiempos, donde hasta las más férreas tradiciones culturales están siendo pulverizadas por nuevas tradiciones (o simples modas) que de repente ni tiempo tienen para sedimentar, y de golpe, en cuestión de años, son suplantadas por otras. En el campo de la religión, pues también ha hecho su esplendorosa entrada aquello de “lo políticamente correcto”, y con eso se abrieron ciertas puertas a una tolerancia que lejos de traer luz, está proyectando más tinieblas y caos que otra cosa.

      En fin, no le quito más tiempo. Con todo, es bueno compartir pareceres. No sé si llegaremos a un acuerdo pleno en muchas cosas, pero es bueno transitar con miras a avanzar siquiera un poquito más.

      Dios lo guarde.
      Mis respetos.

      • Estimado Sr. Bozzano:

        Coincido con usted en que en muchas cosas andamos bastante desorientados y resulta complicado encontrar una norma para el actuar o un sentido para la vida. También coincido en que para los creyentes en Cristo, ese sentido y esa norma de vida se encuentran en Él. Pero en el mundo somos muchas personas y no todas compartimos la misma fe. Creer en Jesús no es el resultado de un razonamiento lógico y no se impone a nuestra inteligencia de manera evidente. Incluso, hay muchas cosas en la Biblia que chocan con nuestro pensamiento y solo se aceptan una vez se ha apostado por Jesús.

        Para mí creer es algo difícil y desde hace años me muevo entre la fe y la increencia. Pero guardo respeto y cariño por la Biblia y me gusta leerla y sentirme interpelado por ella. A la vez convivo (como supongo que le ocurrirá a usted) con muchas personas que no son creyentes o tienen creencias diferentes, y con ellos tengo que encontrar un lenguaje común y establecer unas normas que nos permitan convivir. Si sólo usamos el lenguaje de la fe, ¿cómo nos podemos entender? Para mí la verdad sigue siendo una búsqueda. No tengo una verdad ya alcanzada de manera definitiva. Y en esa búsqueda me ayudo del diálogo: diálogo que mantengo conmigo mismo, con mis creencias, con el conocimiento que he recibido, con otras personas, con la cultura que me rodea y de la que formo parte… y siento que cada resultado es siempre provisional.

        Gracias por el tiempo que ha dedicado en leerme y la dedicación que ha tenido en escribirme. Gracias, sobre todo, por el respeto y el afecto que muestra.

  4. El esfuerzo por «hacer entender su fe al mundo de hoy, con una cultura tan distante del contexto del NT» es legítimo y necesario. No comparto, sin embargo, que eso justifique el «revisar algunas afirmaciones bíblicas», en el sentido de pretender hacerles decir otra cosa que lo que significan en su sentido gramático-histórico, en su contexto. «Traducir» no debería significar manipular, proyectar en el texto los prejuicios o presupuestos del intérprete, o cosas semejantes. Pero facilitar el acceso del hombre o mujer actual al Evangelio para que entienda lo que los autores quisieron decir en su contexto, es algo en lo que podemos concordar.

    A este respecto, quisiera recomendarte encarcidamente la lectura de un libro que, estando yo todavía en mi etapa católica, me impactó de manera crucial, de un -entonces- jesuita: Antonio González, mano derecha de Ignacio Ellacuría durante un tiempo enl a UCA. En la editorial Sal Terrae:

    «TEOLOGÍA DE LA PRAXIS EVANGÉLICA. ENSAYO DE UNA TEOLOGÍA FUNDAMENTAL».

    Estoy seguro de que te resultará sumamente interesante y de provecho en tu búsqueda.

    El mismo autor tiene otro libro, también en Sal Terrae, que complementería al anterior:

    «REINADO DE DIOS E IMPERIO. ENSAYO DE TEOLOGÍA SOCIAL».

    Te animo a que cuando puedas los consigas y los leas. Si ocurre me encantaría recibir tus impresiones.

    Un abrazo fuerte.

  5. Por cierto, Antonio González es también doctor en filosofía, secretario de la Fundación Xavier Zubiri. Sigue investigando y escribiendo filosofía. Tiene un blog parecido al tuyo, en donde puedes encontrar su bibliografía tanto en el área de filosofía como de teología. La mayor parte se puede descargar gratis. Por si te resulta útil…

    http://www.praxeologia.org/?page_id=5

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