Sobre un libro de Pierre Hadot

A veces las lecturas de un libro nos conducen a otras lecturas. Es lo que me ha ocurrido con el libro El respeto o la mirada atenta, de Josep Maria Esquirol. Guiado por las referencias que introduce, he leído el libro de Pierre Hadot La filosofía como forma de vida. En esta obra, el autor, experto en filosofía antigua, nos ofrece a través de la conversación con dos amigos, en primer lugar, una acercamiento a su biografía. Desde ahí podemos comprender su interés por la filosofía antigua. Después aborda diferentes cuestiones que nos ayudan a comprender cuál era el objetivo de algunos textos de los filósofos antiguos. Su recorrido se centra especialmente en los autores estoicos (Séneca, Epícteto, Marco Aurelio), pero también resume sus conocimientos sobre Epicuro o Plotino. En toda la obra se centra en la filosofía como modo de vida, recuperando la orientación sapiencial que caracterizó a la filosofía en aquella época. En las conversaciones, Pierre Hadot no sólo hace referencia a los autores de la antigüedad; aparecen también citas de Nietzsche, Heiddeger, Wittgenstein, Merleau-Ponty. La pretensión de la obra, más allá de una mejor comprensión del pensamiento de los autores antiguos, parecer ser recuperar el sentido orientador de la filosofía para la vida. Muchos de quienes se acercan al estudio de la filosofía pueden experimentar que, en lugar de orientar, la filosofía les llena de problemas y cuestionamientos que parecen inútiles. No se trata de volver a pensar como lo hicieron Marco Aurelio o Séneca, sino de reconocer ciertas prácticas e ideas que pueden resultar útiles para la vida de hoy.

A través de la lectura de los antiguos, Hadot nos va a invitar a volver a reflexionar sobre nuestra vida, a dejarnos tiempo para contemplar la naturaleza y nuestra propia existencia, a cuidar la relación con los demás y la implicación en la mejora de nuestro mundo. Parece que el estoicismo se ha puesto de moda (al menos viendo la cantidad de libros que aparecen sobre el mismo en algunas librerías). No se trata de leer algo porque está de moda (moda a la que el autor era ajeno), sino de servirnos de ello para orientar mejor nuestra vida. Así recuperaremos la orientación primera de la filosofía, que a veces nos parece tan alejada de la realidad actual.

Aquí tienes un par de ejemplos del libro.

De hecho, todos los filósofos, incluso los que orientan su discurso en función de la vida filosófica, corren el riesgo de imaginarse, por haber dicho una cosa y haberla dicho bien, que todo está resuelto. Sin embargo, queda todo por hacer. El paso del discurso a la vida es un salto verdaderamente peligroso, que difícilmente nos decidimos a arriesgar. (pp 175s)

Podría ser que la palabra «sabio» hubiera envejecido mal. Evoca una especie de inercia un poco egoísta que es totalmente opuesta a lo que había de paradójico y de activo en el sophos de la Antigüedad, del que Ulises, el astuto y el aventurero, era a veces la encarnación. Renunciemos a la palabra, pero busquemos lo que podría ser el contenido de la cosa. La idea de la paz y de la libertad interiores me seguiría pareciendo actual. Por otra parte, la conciencia cósmica de la que hablaba Groethuysen me parece un dato capital.(…) Es sobre todo la preocupación por el otro lo que debería intensificarse. Georges Friedmann dijo: «El sabio moderno (si existiese) no daría hoy la espalda a la cloaca de los hombres.» Es imposible que la filosofía olvide la miseria generalizada en el mundo, los sufrimientos de todo género que oprimen a los hombres, y que no sufra al sentir su impotencia para reformar lo que sea.(…) ¿Cómo conservar la paz interior cuando uno siente retumbar dentro de sí la revuelta? Creo, sin embargo, que sin la paz interior, ninguna acción puede ser, en definitiva, eficaz. ¿Cómo conciliar lo inconciliable? (pp. 179s)

Filosofía para bípedos sin plumas

Este es el título de un libro escrito por Daniel Rosende, conocido por sus videos de Unboxing Philosophy. Como en los vídeos, el autor repasa los elementos principales de cada filósofo de una manera sencilla, clara y amena. El libro está orientado a los alumnos de 2º de Bachillerato, aunque, dependiendo de la Comunidad Autónoma, puede quedarse en una introducción demasiado resumida para cada uno de los autores. Por ejemplo, para los alumnos de la Comunidad Valenciana no les serviría para preparar los núcleos temáticos; pero, por otro lado, les permitiría tener una visión de conjunto que suelen perderse al centrarse en preparar la PAU. Puede venirles bien leerlo una vez acabado 1º de Bachillerato, como introducción a 2º, o después de la PAU, si aún les quedan ganas. Aun así, creo que vale la pena leerlo: no te aburres y, además, das un repaso muy interesante a toda la historia de la Filosofía.

Aconsejable para quien quiera recordar las ideas de los pensadores más destacados de la Historia de la Filosofía o para quien se acerque a ellos por primera vez. En relación con las ideas principales de los filósofos, Rosende nos lanza algunas preguntas que nos pueden servir para reflexionar sobre nuestra propia vida.

Si quieres acercarte al estilo del autor, puedes ver alguno de los vídeos que tiene en su canal de YouTube, pulsando en este enlace: Unboxing Philosophy Además, si te interesa algún filósofo en concreto, puedes buscar el vídeo que le dedica y ampliar los contenidos.

Antes de que se enfríe el café

Ayer terminé de leer la novela de Toshikazu Kawaguchi, Antes de que se enfríe el café. Cuenta la historia de una cafetería en la que se puede viajar al pasado. El viaje está sujeto a ciertas reglas: sólo se puede viajar en el tiempo, no en el espacio, con lo cual, sólo podemos encontrarnos con personas que hayan estado en la cafetería; el presente no va a cambiar; el viajero en el tiempo no se puede mover de la silla en la que ha viajado; el tiempo del viaje dura lo que dura el café caliente, ya que el viajero debe beberse la taza de café antes de que se enfríe y, de ese modo, volver al presente…

Tanta regla y el hecho de que el presente no vaya a cambiar hace que pocas personas decidan viajar al pasado. Entre los personajes encontramos a una chica que desea reencontrarse con su novio, una mujer cuyo marido padece Alzheimer, dos hermanas, los dueños del café y la camarera…

Probablemente, en nuestra vida, nos hayamos planteado más de una vez ocasiones en las que nos habría gustado actuar de otro modo; quizás nos quedaron cosas por decir. La novela nos abre una posibilidad, si bien con bastantes restricciones; ello nos obliga a plantearnos muy bien con quién y para qué desearíamos volver a encontrarnos. Aun así, sabemos que el presente no va a cambiar. Tal vez los cambios haya que buscarlos de otro modo, no en los acontecimientos.

Resulta amena y fácil de leer; además, nos ayuda a reflexionar sobre el valor del tiempo y los encuentros.

Joven, no me cabree

He rehecho la entrada (el 2º párrafo), con el fin de mostrar mejor el contenido del libro.

Acabo de leer este libro de Albert Boadella, en el que el autor muestra, a través del diálogo con un joven universitario, sus ideas sobre la sociedad actual, el progresismo, la cultura domesticada, el arte… El añadido al título no deja margen de dudas: Contra el infantilismo progresista de la sociedad actual.

Un joven universitario, en proceso de redacción de su una tesis, se acerca a casa de Albert Boadella con el fin de entrevistarle acerca de su período transgresor en el teatro. Boadella se muestra receloso, consciente de que el universitario no está interesado realmente en resultar transgresor, sino en añadir un nombre más a su tesis. Aun así, ante la insistencia del joven, el actor decide iniciar una relación maestro-aprendiz, a través de la cual le hace ver que hoy en día la transgresión consiste en ir contra las ideas progresistas impuestas por el poder político, los grupos de presión ideológica y las redes sociales y, si realmente pretender resultar transgresor, debe ir despojándose de tanta tontería y prejuicio que ha ido asumiendo acríticamente y que le impiden pensar con libertad. Esto es sólo una pequeña parte de todo el pensamiento que desgrana el autor.

Al principio me ha costado cogerle el ritmo; como el joven universitario que le visita, tampoco sabía muy bien dónde quería llegar Boadella. Sin embargo, en los últimos capítulos, como si estuviera haciendo el mismo proceso del coprotagonista, la lectura ha ido enganchándome cada vez más. No hace falta decir que las ideas del autor siempre aparecen bañadas por su notable sentido del humor, algo brusco en ocasiones, pero buen humor.

El prólogo, escrito por Cayetana Álvarez de Toledo, me ha gustado mucho. De hecho, en los primeros capítulos, pensaba que el prólogo valía más la pena que el propio libro; no ha sido así finalmente; pero hay que tener paciencia e ir avanzando, como el mismo aprendiz de actor, para encontrar, sobre todo en el último capítulo, las mejores perlas de Boadella. Aquí dejo algunas de ellas.

Ni sus progenitores ni sus profesores han contado con esa consideración respetuosa. Todo lo contrario. Andaban con mucha prudencia para no herir su sensibilidad.

El primer error es que piensan que el mundo nació con ustedes. El pasado solo les sirve de reprobación.

El término «progresista» les sirve como efectivos militares contra quienes vinculan una parte de sus referentes al pasado. Es una excusa para extirpar cualquier actitud conservadora en la sociedad. Se trata de liquidar los vínculos y la herencia moral, partiendo solo de uno mismo como ser supremo y único.

No se sulfure, joven, no sea talibán de sus convicciones. El humor es el antídoto contra el fanatismo. Relájese. Ríase un poco. Su generación tiene tendencia a convertir las modas y sus derivaciones en tabús intocables. Están ustedes montando un clima totalitario a través de legislar sobre las mayores puerilidades.

Esas cosas viejas de las que me acusa venerar son a menudo fundamentos sólidos de nuestra cultura. Usted tiene dos opciones: sumarse a la corriente mayoritaria y seguir esparciendo mierdas bajo los seudónimos de vanguardia, modernidad y progreso o bien optar por la insurrección ante esas falacias.

Ciertamente, hoy no existe una censura oficial, pero hay algo más perverso. Actualmente, si critico, o simplemente satirizo, uno de los muchos tabús que ha elaborado esta sociedad, me arriesgo a convertirme en enemigo público y a ser arrojado a las masas tuiteras y facebookeras para mi linchamiento. De aquí que señale el descenso de los últimos veinte años en términos de libertad, ya que coincide con el pleno desarrollo de eso que llaman redes sociales. (…) Ello ha provocado hechos tan torpes e indignos como ver al ministro de Cultura de España prohibiendo que Plácido Domingo, el más insigne cantante español de todos los tiempos, actuara en los teatros que dependen de su ministerio. Este hecho reciente muestra el gran riesgo de poner la cultura en manos del Estado, pues tal ignominia sucedió no solo con el silencio cómplice de los directores de los teatros, sino también con el del mundo cultural. (…) El ministro de Cultura de España, con total impunidad, ejecutó una sentencia sobre un ciudadano que no había sido ni juzgado ni condenado.

Paro ya porque, si no, igual me cargo los derechos de autor del libro. Hay una entrevista en El Mundo, precisamente la que me animó a leer el libro, que presenta más contenidos y de un modo más ordenado, aunque hay que estar suscrito. Igual algunos se cabrean leyendo estas ideas. De todos modos, no hace falta estar de acuerdo con todo lo que dice Boadella para disfrutar bastante leyéndolo.


Nosotros

Si la libertad del hombre es cero, entonces no comete delitos.

El único medio de preservar al hombre del crimen es salvaguardarse de la libertad.

Quieren librarnos de las incógnitas, de todas las incógnitas que roen en nosotros como gusanos.

Nosotros es el título de una novela de ficción escrita por el ruso Evgueni Zamiatin en 1920. Llegué a ella después de escuchar un programa de radio en el que hablaban de esta obra como precursora de 1984, de Orwell, y de Un mundo feliz, de Huxley. Advierto de que en los párrafos que siguen alguien puede pensar que se hace spoiler del contenido.

Está escrita a modo de bloc de notas o diario de un científico, nombrado como D-503, encargado de poner en marcha una gran nave espacial, el Integral. El diario se dirige a un posible lector de otro planeta que lo reciba por medio de esta nave. El Integral representa el progreso alcanzado por la nueva sociedad, establecida desde bases puramente científicas tras la Guerra de los Doscientos Años. En esta sociedad futura, todo está rigurosamente ordenado por la ley: el trabajo, el descanso, la manera de pasear, los encuentros sexuales, el tiempo de dormir… Las casas son transparentes, de manera que, excepto en los momentos previamente fijados de relaciones sexuales, su interior permanece a la vista de todos. Los nombres han sido sustituidos por una letra y un número, y tener hijos se castiga con la muerte. Se ha renunciado a la libertad para obtener, por parte de la sociedad, la felicidad. Cualquier forma de crítica es considerada un crimen y es castigada por el Protector mediante una ejecución pública. Se trata de algo penoso, pero todos entienden que es necesario para mantener el orden social que les proporciona felicidad a todos.

D-503 vive convencido de la conveniencia de dicho orden hasta que se le cruza una mujer, I-330, quien le muestra otro tipo de vida, más allá de los muros de la ciudad, y de quien el protagonista acaba enamorándose. La relación con I le hará vivir una lucha interna entre sus ideas matemáticas y el modelo de vida alternativo que I pretende establecer, sin llegar muy bien a descubrir hasta el final de qué parte está I o él mismo.

La obra, como cabía esperar, estuvo prohibida en la Unión Soviética, cuyo sistema queda claramente reflejado. La descripción de una distopía futurista, como después hicieron 1984 y Un mundo feliz, se convierte en un medio para evidenciar el peligro que los totalitarismos (en este caso, el comunismo) suponen para la libertad individual. Bajo la excusa de proteger al individuo de sí mismo (porque no sabe lo que le conviene), imponen un control absoluto sobre el pensamiento, la voluntad, las acciones y, en definitiva, la vida de las personas.

Viene bien leer Nosotros en unos momentos en que parece que se quiere imponer una sola forma de pensar, la de lo políticamente correcto (según un determinado pensamiento político), persiguiendo o cancelando cualquier expresión de pensamiento crítico.

«La humanidad de Dios», de José María Castillo

Este es el título del libro que publicó José María Castillo en 2012 (Ed. Trotta). En él trata de desgranar lo fundamental del cristianismo. Lo que pongo a continuación es un resumen y mi visión sobre él. Podría ser que el autor no se sintiera totalmente identificado con lo puesto por mí (aunque tampoco creo que lo vaya a leer), pero ese el problema de reseñar un libro. La entrada es un poco larga y el contenido algo árido, pero a mí me viene bien para llevar un cierto control de mis lecturas y a alguien le puede animar a leer el libro. El texto me ha resultado provocador, ya que junto con algunas afirmaciones con las que concuerdo, hay bastantes con las que no y suponen un cuestionamiento para mi forma de pensar.

En el primer capítulo, el autor muestra la dificultad que tiene hablar de Dios en la actualidad. Hoy ya no se puede hablar de Dios como se hacía en otros tiempos. Hemos de reconocer que no podemos conocer a Dios:

«Dios, lo que es Dios en sí, no está al alcance de los seres humanos… lo que sabemos de Dios no lo sabemos porque el mismo Dios nos lo ha dicho. Con demasiada facilidad afirmamos que los libros sagrados contienen la revelación de Dios, cuando, en realidad «Dios no está disponible en la letra», en ninguna letra humana, que siempre es y será simplemente humana, inmanente, histórica. Lo que llamamos la «Palabra de Dios» es un hecho cultural, una palabra «vertida en una letra enteramente humana», que nunca perderá su condición terrena y su origen humano» (p. 20).

La religión es siempre un hecho histórico y, por tanto, inmanente, que pretende conectar a los humanos con lo Trascendente. Según el autor, con frecuencia las «religiones enaltecen a Dios a costa de lo humano». Lo Trascendente aparece como lo santo y separado, lo que está por encima. Así pues, las creencias religiosas acaban introduciendo divisiones en la realidad y la distorsionan, generando consecuencias negativas en casi todos los ámbitos de la vida y la convivencia.

Acabado el primer capítulo, ya empezaba a pensar si valía la pena seguir. Yo había comenzado intentando aclararme con mi fe pero, al parecer, la religión es un invento humano y, en general, dañino. Coincido con el autor en que la religión es un hecho cultural e histórico, pero no creo que en general sea dañino. Creo que, con un lenguaje simbólico, ayuda a los seres humanos a aclararse con su vida. Eso no quiere decir que no deba ser continuamente revisada y contrastada con la razón y el diálogo.

En el capítulo 2 las cosas no mejoran: «Hablar de Dios en España». Aquí hablar de Dios está mediado por nuestra experiencia con la Iglesia Católica. La mayoría de la sociedad rechaza a una Iglesia que intentaba someter a su criterio el conocimiento científico (s. XIX); que es vista como afín al poder y determinadas políticas del pasado (por ejemplo, el papel de la Iglesia en la guerra civil); o que defiende posturas morales que resultan escandalosas (Cfr. pp. 33s).

«Pensar al Trascendente desde la inmanencia» es el nombre del tercer capítulo. Aquí el autor va a aclarar algunos de los presupuestos que había usado en el capítulo 1. Si Dios es el Trascendente, no lo podemos conocer en sí, ya que todo nuestro conocimiento es fenoménico e inmanente (aquí vienen bien las distinciones usadas por Kant). A lo sumo, podemos hacernos representaciones de lo Trascendente, pero sólo serán representaciones nuestras (Cfr. pp 36s). Esas representaciones son siempre fenómenos culturales y, como tales, dependen de unas situaciones concretas, unos intereses, y están sujetas al cambio.

La crisis de fe que se vive en Europa no viene tanto del laicismo, sino de que Dios ha sido presentado de una forma falseada (Capítulo 4: «La crisis actual de la fe en Dios»).

«Es mucha la gente que a Dios lo ve, lo piensa, lo entiende, como otro ser, «otra persona», un «tú», con el que cada uno puede relacionarse, al que se le pide lo que se necesita; o también al que se le ofende, como se puede ofender a otro ser humano cualquiera». (p.42)

Con todos estos presupuestos, el autor acaba por hacerse una pregunta (con la que coincido):

«¿Por qué la gente piensa en Dios, busca a Dios, cree en Dios? ¿Qué necesidad tenemos de eso que llamamos «lo trascendente»? ¿No sería mejor prescindir del complicado asunto de Dios y de las religiones para vivir (tranquilamente y sin problemas añadidos) nuestra limitada condición humana?». (p. 43)

Y la respuesta de Castillo es que en Dios proyectamos nuestros deseos, especialmente los deseos de poder y de sentirnos acogidos (bondad). Nuestra imagen de Dios siempre será una proyección de nosotros mismos. Las consecuencias han sido nefastas: nos ha resultado un Dios violento, y su violencia se ejerce por medio del miedo, la amenaza y el sentimiento de culpa. Pero, además, cada grupo de creyentes se cree en la posesión de la verdad y exige una dignidad e igualdad para los suyos, que a la vez excluye a los otros, generando así división y violencia entre las distintas religiones (Cfr. pp 45ss). En el caso de la Iglesia Católica, esa imagen de poder se ha ejercido por medio del sacerdocio, un poder que exige la desapropiación mental del creyente, quien debe aceptar como verdadero o bueno lo que la jerarquía le presente. (Cfr. pp. 50s)

En el capítulo 5 («La fe en Dios como saber y como convicción»), José María Castillo va a intentar empezar a salir del embrollo que ha ido creando: ¿cómo escapar de ese Dios violento y contradictorio sin abandonar a Dios? El problema, vuelve a decir, no es Dios, sino cómo nos lo hemos representado. Como la religión es un hecho cultural, el autor parte de la Biblia, ya que forma parte de la herencia cultural de Occidente. En primer lugar, en la fe bíblica lo importante no es creer ciertas cosas sobre Dios, ya que lo importante de la Biblia no son las verdades, sino cómo nos muestra a Dios actuando en la historia. En línea con ello, la fe no consiste en creer un conjunto de verdades, sino en vivir éticamente, o dicho en el lenguaje bíblico: en la fidelidad que se realiza en la práctica de la justicia (Cfr. pp. 54s). Siendo Trascendente, Dios se manifiesta desde la inmanencia, en la historia y la libertad humanas. Nuestro saber sobre Dios no puede expresarse como lo hace la ciencia; de Dios sólo podemos hablar simbólicamente. Pero tampoco la ciencia tiene un lenguaje adecuado para expresar las grandes cuestiones de la existencia.

Aquí quiero señalar lo que a mi entender es un punto débil de toda la argumentación: el único punto de apoyo para pasar de la crisis de fe a la afirmación de la fe en Dios según la Biblia es que forma parte de nuestra cultura. Y este va a ser el punto de arranque del capítulo 6 («El centro del cristianismo no es Dios, sino Jesús»), en el que, como apunta el título, Castillo va a hablar del cristianismo.

«El centro del cristianismo no es el Transcendente, sino un ser humano, un hombre, que nos revela, nos da a conocer y nos explica al Trascendente. Dicho más claramente, el centro del cristianismo no es lo divino, sino lo humano» (p. 61)

«Por eso es exacto afirmar que, en Jesús, Dios ha entrado en nuestra inmanencia y se ha unido a la condición humana. Jesús, por tanto, representa y significa que en lo humano, y solo en lo humano, es donde podemos encontrar a Dios y donde podemos relacionarnos con Dios» (p. 62)

Para reforzar esta afirmación, Castillo va a utilizar la tradición de Pablo, la del evangelio de Juan y la del evangelio de Mateo.  Pablo, concretamente en el himno de la carta a los Filipenses (2, 5-11), nos muestra a un Dios que se ha vaciado de sí mismo y ha tomado la condición de esclavo. No hay aquí expresión alguna de poder; en Jesús, Dios se ha despojado de su rango y se ha puesto a servirnos. Respecto de la tradición de Juan, Castillo se sirve del prólogo del evangelio (1, 1-18), para expresar que Dios se ha hecho carne y, por tanto, a Dios sólo lo podemos conocer por medio de la humanidad. Y a partir de Mateo (en especial, 25, 31-46), el autor nos recuerda que nuestra relación con Dios (lo que tradicionalmente hemos denominado salvación) no se juega en un ámbito separado, sagrado, ni en un conjunto de doctrinas, sino en nuestra relación con los demás, especialmente con los que sufren.

Siendo Jesús un hombre religioso, no pretendió fundar ninguna nueva religión, sino humanizar cualquier forma de religiosidad (Cfr. p. 86). Los evangelios no pretenden ofrecer un catálogo de creencias o ritos que observar, sino que nos muestran a Jesús, su vida y su acción; de manera que creer en él, es seguirle, identificarse con su vida (Cfr. p. 87)

El desarrollo posterior del cristianismo condujo a la forja de una religión en consonancia con la estructura social y política del Imperio Bizantino. Así, se produjo un desplazamiento del Dios humanizado en Jesús de Nazaret a un Dios separado; del Padre de misericordia al Todopoderoso; del Dios que hace suya la humanidad, a una divinidad que la anula. Un Dios que sanciona una estructura social y política en la que se valora el dominio y el poder (Cfr. pp. 91-94). No han faltado testigos que a lo largo de la historia han recordado que nuestras representaciones de Dios siempre son insuficientes (Eckhart, San Juan de la Cruz); que en Jesús, Dios se ha metido en el corazón de la humanidad y de nuestra historia, y que es en cada ser humano y en los acontecimientos de cada día donde hay que encontrarle (Bonhoeffer, Tillich, Rahner). Pero tampoco han faltado muestras de poder por parte de la jerarquía católica, sancionando la imagen del Dios Todopoderoso, que exige obediencia y el tributo de nuestro pensamiento bajo un orden superior de cosas (Vaticano I, Pío XII).

La opción de José María Castillo es considerar el cristianismo como movimiento «no-religioso» (cap. 8). Aludiendo de nuevo a que las religiones, aunque han sido positivas en algunos casos, en general producen divisiones y odio, sostiene que Jesús no pretende imponer una doctrina ni unos rituales:

«lo propio y específico de la espiritualidad de Jesús no es la fe, sino la ética que se pone al servicio de la misericordia» (p. 108).

«Frente a este saber proyectivo (propio de la religión), la tradición cristiana, desde el Evangelio, nos dice que la forma de vida de Jesús es el criterio para pensar en Dios y para hablar de Dios» (p. 109)

Y aquí es donde me vienen más dudas: ¿No hay detrás del evangelio una imagen de Dios, una representación (un Padre tenía dos hijos…, Dios que hace salir el sol sobre buenos y malos)? ¿Realmente se puede separar el cristianismo de una religión, cuando el acceso a Jesús lo tenemos por medio de unos textos (los evangelios y los demás libros del NT) que desde el principio unas comunidades cristianas consideraron como referentes, dejando de lado otros textos que según estas comunidades no reflejaban su fe en Cristo? ¿De verdad no hay algunas afirmaciones básicas que constituyen un núcleo de fe o una doctrina (que no tiene por qué ser algo estático o cerrado y puede encontrar diversas expresiones)? ¿Acaso algunos de los textos incluidos en los evangelios no son reflejo de prácticas rituales (el bautismo y la fracción del pan) que desde el principio tenían las comunidades cristianas? Creo que la relación con Dios nos la jugamos en la relación con los demás, pero el cristianismo no es simplemente una ética. Desde sus orígenes ha realizado un anuncio (Dios resucitó a Jesús de entre los muertos), ha constituido comunidades con personas con diferentes responsabilidades (los Doce, Pablo, los diáconos…), ha tenido que discernir qué normas del judaísmo debían seguir cumpliéndose y cuáles no (como aparece en Hechos o en Gálatas)… Desde el momento en que el seguimiento de Jesús se realiza en comunidad, se ha ido configurando un conjunto de prácticas, una organización, unas creencias y una ética que identificaba a la comunidad y, por medio de todo ello, la comunidad intentaba identificarse con Jesús. Y a la hora de expresar su fe en Jesús, cada comunidad cristiana se ha servido del lenguaje, las costumbres, la cultura de su entorno, así como de sus propias vivencias de fe. Entonces, sí, es verdad que el cristianismo es un hecho cultural (ahora estoy leyendo «El cristianismo: esencia e historia», de Hans Küng, que trata de cómo el cristianismo se ha ido desarrollando desde diferentes contextos históricos y culturales), pero a Jesús accedemos desde una cultura y una historia concretas y, por tanto, resulta inevitable seguir haciéndonos representaciones de Dios. Lo importante es que sepamos que son representaciones y estemos dispuestos a revisarlas desde el mensaje (Jesús también habló) y la práctica de Jesús (si es que queremos ser cristianos).

En el último capítulo, el autor aborda «el futuro de la Iglesia y la teología». De esta parte quiero señalar la siguiente afirmación:

«solamente tendrá razón de ser y futuro la teología que sea capaz de aporta algún sentido a la vida. Y así, potenciar la mejor respuesta que podemos dar a nuestros anhelos de humanidad.

El problema concreto, con el que hoy se encuentra la teología católica, está en que los mencionados anhelos de humanidad, que se palpan en tanta gente de buena voluntad, no encuentran respuesta y solución en la mayor parte de la teología que, en las últimas décadas, se viene produciendo y publicando» (pp. 117s)

Según Castillo, la razón de esta situación es el miedo de los teólogos a ser censurados (de nuevo el poder).

Como ya he manifestado antes, no estoy de acuerdo con la tesis de que las religiones son dañinas y que de Dios sólo nos hacemos una imagen proyectiva (creo que es interesante leer la crítica que Hans Küng hace a Feuerbach y Freud en «¿Existe Dios?»). Me parece que el autor carga demasiado las tintas en los aspectos negativos y, muy de pasada,  cita algún efecto positivo. Coincido en que de Dios sólo podemos tener representaciones; pero el lenguaje simbólico de las religiones tiene la capacidad de hacernos vislumbrar algo de lo que sea ese Dios. No creo que todas las religiones sean igualmente válidas (aunque esto no lo dice Castillo), por ello creo que a favor del cristianismo hay algo más que el hecho de que forme parte de nuestra herencia cultural (aunque yo sé que en principio soy cristiano porque me han educado así). Cuando el autor opta por Jesús para mostrar una imagen de Dios, de alguna manera considera que ésta es preferible a otras imágenes que nos hemos ido creando.

La lectura ha resultado suficientemente provocadora como para que me plantee ir elaborando mis propias ideas al respecto. Lo intentaré en otra entrada.

Hans Küng: Lo que yo creo

«Lo que yo creo» es un libro relativamente corto para lo que suele producir el teólogo Hans Küng. En este libro presenta un resumen de lo que serían sus creencias personales, más allá de su labor como teólogo. Aun así, se reconocen los temas que había desarrollado anteriormente, pero esta vez desde una perspectiva más personal. Las ideas se entremezclan con anécdotas y situaciones vividas. De este modo, la fe que intenta expresar está vinculada con su vida real y concreta. No tenemos, pues, un gran tratado teológico, en el que cada afirmación necesita ser contrastada con la filosofía o la ciencia, o fundamentada en la exégesis bíblica, o criticada desde la razón ilustrada; pero tampoco tenemos un libro plagado de afirmaciones vacuas o poco contrastadas, ya que ese trabajo lo ha hecho el autor en otros textos. Tenemos, más bien, la manera concreta en que todo el saber acumulado y expuesto en libros anteriores, se engarza de manera sencilla en la vida y el pensamiento del hombre Hans Küng. Por ello, sin tener propiamente delante un tratado de teología, uno puede reconocer los temas que el autor ha tratado en libros como «¿Existe Dios?«, «Ser cristiano«, «¿Infalible?«, «El cristianismo. Esencia e historia«, así como su empeño en la construcción de una ética global a partir del encuentro y el diálogo entre las diferentes religiones.

En la primera parte del libro, vuelve a los temas expuestos en «¿Existe Dios?» acerca de la confianza radical en la realidad y la vida como punto de partida para la fe en Dios. En linea con lo expuesto en aquel libro, también habla de la alegría de vivir y del sentido de la vida. Sobre este tema, insiste en la necesidad de encontrar un sentido global, un sentido del todo, capaz de incluir en él, aun con dificultad, a la misma muerte.

Cuando habla de lo que sería su ética personal, introduce también el tema de la relación con la naturaleza y los animales. Habla del respeto a la naturaleza, pero sin endiosarla; del respeto a los animales, pero reconociendo su esencial diferencia respecto del ser humano.

En el libro también aparecen sus esfuerzos, como ya he dicho, sobre la construcción de una ética mundial. Una ética semejante, sin dejar de ser exigente, no pasa de ser una ética de mínimos (usando la terminología de Adela Cortina). Hans Küng reconoce que la ética cristiana va mucho más allá, pero bastante sería que intentáramos llegar a un acuerdo (como ya se ha hecho en varias ocasiones) sobre cuáles serían los principios básicos que toda cultura o religión debería respetar. Y en relación con dicha ética, Küng hace un recorrido por las principales religiones, resaltando sus principales aportaciones, adoptando una actitud crítica ante ellas, y mostrando el papel que pueden seguir jugando en la construcción de un mundo más humano.

Desde una perspectiva más personal, me ha resultado más atractiva la parte en la que intenta, una vez más, mostrar el fundamento de su fe, no racional, pero sí razonable, que la parte en la que trata acerca de las religiones.

Y este es un juicio más subjetivo: tengo la impresión que su teología es una teología muy ilustrada y crítica (y eso me gusta), pero acaba resultando cómoda; con alto grado de compromiso intelectual, pero no mucho más (sin juzgar a la persona, a quien no conozco). Por decirlo de otra manera: algo burguesa, muy occidental, centroeuropea, progresista… me suena a socialdemocracia. Que no está mal, pero resulta todo demasiado equilibrado, demasiado correcto. Quizá por ello me siento tan cómodo leyéndolo y me remueve poco; quizá eso puede hacer que a algunos se les quede corto en sus exigencias y otros lo vean demasiado crítico (pero eso son apreciaciones personales que dependen, en buena medida, de los intereses y los compromisos que cada uno tiene y asume en cada momento).

Dado el carácter personal del libro, en «Lo que yo creo» a veces aparece demasiado el «yo» del autor; al menos así me lo ha parecido cuando habla de que ha participado en determinada conferencia, encuentro o acontecimiento. Pero, por otra parte, eso permite vincular sus afirmaciones con su biografía, lo cual resulta bastante ameno en la primera mitad del libro.

Entonces, ¿me ha gustado? Sí, lo referido a la confianza radical, la fe en Dios, el sentido de la vida, la esperanza, la muerte…; y no tanto, el recorrido por las diferentes religiones, la exposición de la ética mundial o las referencias a la economía. Un libro que está bien para el verano, cuando no siempre apetece hincarle el diente a textos más densos.

Del sentido de la vida

Anoche acabé el libro de Jean Grondin, «Del sentido de la vida». Lo he leído después de otras lecturas más densas y extensas («¿Existe Dios?, de Hans Küng; «Jesús de Nazaret», de Joachim Gnilka; y «Jesús: la historia de un viviente», de Edward Schillebeeckx). Tal vez en entradas posteriores me anime a reseñar estos libros. Ahora, de momento, me he animado a volver a compartir mis lecturas a partir de este libro de filosofía con el que he disfrutado estos días. La entrada ha resultado bastante larga. Espero que sirva para que os hagáis una idea sobre el contenido del libro.

El texto comienza alejándose de las filosofías que han renunciado a plantearse las cuestiones de sentido y quieren convertirse únicamente en ayudantes o siervas de las ciencias empíricas. El autor invita a cada uno, siguiendo el ejemplo de Descartes, a afrontar por sí mismo la tarea de plantearse la pregunta sobre el sentido de la vida. A partir de un texto de Spinoza, Grondin vincula la cuestión del sentido de la vida con la aspiración al bien, al sumo Bien. Siendo una tarea que ha de realizar cada uno, no es, sin embargo, algo privado; aspira a hacerse comprensible para los demás, pretende ser un pensamiento universal.

Para Grondin, la cuestión del sentido de la vida es irrenunciable para la filosofía. Aun así, es una cuestión bastante reciente. ¿Por qué? Porque hasta el siglo XIX el sentido de la vida se daba por supuesto; la vida humana aparecía encajada en un orden del mundo, al cual debía conformarse (p. 33). Es en la filosofía contemporánea, a partir de Nietzsche, cuando empieza a ponerse en cuestión. Pero, Jean Grondin, va más allá: la misma afirmación de que la vida no tiene sentido, de alguna manera lo presupone. Hablamos de absurdo o sinsentido, como una falta, como carencia de algo que parece que debería tener, como si esperáramos que lo tuviera (p. 26).

Grondin presenta diferentes significados del término «sentido»:

1. Sentido como dirección u orientación. Nuestra vida aparece como una carrera que se orienta a la muerte. Es precisamente la consciencia de ese término la que nos obliga a plantearnos la cuestión sobre el sentido de la vida.

2. Sentido como significado. Cuando nos preguntamos por el significado de algo, especialmente una palabra, lo hacemos porque ese algo apunta a otra realidad que, en cierto modo, permanece inaccesible, oculta. Así ocurre también con nuestra vida: de alguna manera nos resulta extraña, ajena. Plantear el sentido de la vida supone tratar sobre su significación.

3. Sentido relacionado con sensación. Saber sobre la vida es captar su sabor, gustarla. La pregunta por el sentido es también la capacidad de encontrarle un cierto sabor a la vida (p. 42).

4. Sentido relacionado con capacidad de juzgar o apreciar la vida. Cuando hablamos de una persona con buen sentido, nos referimos a su capacidad para orientarse adecuadamente, para juzgar correctamente las situaciones y tomar la decisión correcta. El sentido se encuentra relacionado con una cierta forma de sabiduría.

El sentido de la vida es la cuestión que está tras todas nuestras decisiones y proyectos. El autor considera que la visión estructuralista, según la cual la cuestión del sentido de la vida y sus respuestas serían una construcción cultural, siendo verdad, resulta insuficiente. El sentido no es simplemente un constructo intelectual; siéndolo, depende de una orientación que ya se encuentra en nuestra libertad y nuestra forma de actuar. Por tanto, la filosofía no tiene que imponer un sentido, sino reconocerlo en la vida misma e intentar articularlo (p. 67). No es que demos un sentido a nuestra vida, como si es ésta no lo poseyera previamente. La naturaleza, todo lo vivo, se orienta por su propia dinámica a perdurar, a seguir viviendo, y en el caso del ser humano, a vivir más. Es en ese horizonte de todo el cosmos en el que hay que reinscribir la pregunta por el sentido (p. 71). En esa dinámica de la vida a la vida, queremos vivir mejor, alcanzar lo mejor; de ahí que ese dinamismo a vivir sea, al mismo tiempo, una tensión hacia el Bien. La orientación a vivir y al Bien es previa a toda reflexión; constituye el fondo o el horizonte desde el que se desarrolla nuestra vida. Ese Bien, en cuanto meta nunca alcanzada, me hace vivir desde la espera y la esperanza. Vivir es un estar orientado, un proyectarse al futuro. La esperanza se constituye en un rechazo de la muerte.

La esperanza se ve cuestionada continuamente por la experiencia del mal. Sin embargo, el dolor y el mal no niegan nuestra aspiración a la felicidad; la suponen. Los experimentamos como falta de aquello a lo que tendemos por el propio impulso que posee la vida. Pero la felicidad no es primeramente una conquista humana; en su experiencia entra la suerte, la fortuna, o la gracia. Es algo que nos viene dado. Por ello, más que buscar la propia felicidad, lo que podemos hacer es trabajar por el bien de los demás, en el alivio de sus sufrimientos, con la esperanza de que así puede dársenos el participar de la felicidad (p. 99s).

En el capítulo 9, Grondin se pregunta si hace falta fundamentar la moral. Con lo apuntado hasta ahora, el autor sostiene que un intento de fundamentar racionalmente la moral (como si todo se pudiera fundamentar) resulta infructuoso. La moral (al igual que la religión), nace de ese fondo vital que apunta al Bien, a la felicidad, a seguir viviendo, al alivio del dolor ajeno.

La filosofía debería acercarse a la religión y el arte, para reconocer en ellos expresiones y articulaciones de ese fondo o fundamento del sentido de la vida. La evidencia de lo divino es, según Jean Grondin, una conciencia de los límites, de la muy flagrante debilidad del hombre frente a los poderes de su destino, frente a su propia fatalidad. Sin esa conciencia, no hay humanidad ni sentido de la vida. Es en esa conciencia donde podemos reconocer las fuentes del sentido de la vida. Al reconocer nuestra fragilidad y limitación, reconocemos a la vez la comunidad de nuestra fragilidad: todos nos encontramos en la misma situación de precariedad. Esta es la base de la solidaridad y la generosidad (p. 124). Y, como una segunda fuente, la conciencia de la fragilidad nos hace sentirnos unidos a un mismo origen, ese fondo de sentido que traspasa la vida; fondo que, siendo inabarcable e incomprensible, ha encontrado expresión en la religión y la poesía. La religión, concretamente el cristianismo con la idea de salvación y liberación, expresa esa orientación hacia el Bien, la Vida y la superación del dolor. La filosofía actual, en lugar de mirar exclusivamente a la ciencia, haría bien en volver su mirada a la religión y el arte, como expresiones del sentido profundo de la existencia (pp. 133ss). La ciencia es incapaz de expresar la cuestión del sentido y del bien.

Creo que el siguiente texto puede resumir todo lo que llevamos dicho hasta ahora:

«En un universo de helador sinsentido la interrogación -acuciante- sobre el sentido de la vida me lleva a reconocer que el sentido es mi condición insuperable. Un mundo de sinsentido presupone un mundo consagrado al sentido y al Bien, que funda la conciencia que tengo de mí mismo. Ese sentido ya es el de nuestras vidas, no tenemos que inventarlo; más bien tenemos que reencontrarlo, sentirlo, hacérselo sentir al otro. La experiencia del sinsentido y de la muerte que me espera deja aparecer una nueva solidaridad con el otro, que estrecha los lazos y me ayuda a descubrir y a redescubrir lo esencial: no puedo hacer nada contra mi angustia, no puedo realmente alargar mi modesta vida ni una sola hora, no puedo ni siquiera alcanzar la felicidad, pero puedo socorrer al otro, intentar hacerle feliz y digno de existir. Toda moral conduce a eso. Todo cuanto me apega al sentido, todo cuanto me da esperanza es la esperanza de una vida con sentido para el otro, para que el otro pueda vivir como si la vida tuviese un sentido. Entonces será mi vida la que descubrirá su sentido, más allá de sí misma» (p. 140)

Así, en el esfuerzo por la felicidad del otro, me trasciendo a mí mismo, me proyecto, encuentro el sentido.

El desierto de los tártaros

Un joven teniente, Giovanni Drogo, se dirige hacia su primer destino, la fortaleza Bastiani, un fuerte cerca de la frontera norte y alejado de la ciudad y los cuarteles principales, donde se puede hacer fácilmente carrera. No hay ninguna ilusión en el teniente, no entiende muy bien qué va a hacer allí y, antes de llegar, ya está pensando en la posibilidad de pedir ser reemplazado.

El capitán Ortiz le convence de que espere al menos 4 meses; después podrá arreglar su salida con la excusa de una enfermedad. ¡Qué son 4 meses! Nada para alguien todavía joven como Drogo.

Poco a poco, el teniente va haciendo suya la espera que domina la vida del fuerte: ¿Y si los vecinos del norte deciden atacar? La posición de la fortaleza la convierte en el primer freno a su avance. Todos están convencidos del peligro del enemigo y de la importancia estratégica del fuerte. Poco a poco va acostumbrándose a esa espera, aun cuando no hay indicios del peligro. Los días van pasando sin que pase nada en particular. Unos se sujetan a sus rutinas diarias; otros, al reglamento; todos, a la espera de la aparición de un posible enemigo. Poco a poco, la vida en el fuerte se convierte en su vida, como si no hubiese nada más. Los días de permiso en la ciudad les hacen sentirse cono extraños en casa, como extranjeros en su propio país. Los demás, ni siquiera sus compañeros de academia, no pueden entender la importancia de la fortaleza Bastiani.

Así, esperando, Giovanni Drogo va consumiendo sus días casi sin darse cuenta, va perdiendo su juventud, prendido tan sólo de esa espera. Pero ya ni siquiera el Estado Mayor del Ejército ve peligro en la frontera y decide reducir la dotación de hombres en el fuerte. Entonces Drogo se da cuenta de que ya es demasiado mayor para cambios. Los que quedan, dejan de esperar que algo aparezca por el horizonte. Una falsa alarma hace decaer aún más los ánimos. La esperanza de un enfrentamiento glorioso que dé sentido a su vida militar se difumina en los soldados de Bastiani.

Pero las cosas no siempre ocurren como se les espera ni cuando se les espera. Entonces Giovanni Drogo descubre que el combate verdadero que tiene que afrontar no se va a dar contra un enemigo que ha demostrado no tener ninguna prisa por cumplir sus expectativas, sino ante alguien que siempre ha estado ahí y ante quien todo hombre se tiene que encontrar: su propia muerte. La talla del hombre, del soldado, de este hombre no se va a desvelar en el campo de batalla, ante la mirada cómplice de los amigos y compañeros, sino en la soledad, ante un enemigo que no va a defraudar en su aparición, antes o después.

desierto de los tartaros

Me ha gustado mucho la lectura. Por momentos me recordaba a Albert Camus. Iba a decir que contiene una «reflexión» sobre el tiempo, la espera y la manera en que damos sentido a nuestras vidas; pero la palabra «reflexión» no es la más adecuada. Es un relato, una historia en la que, a través de las expectativas de un joven soldado, podemos ir reconociendo estos temas,  podemos hacerlos nuestros. Las descripciones sobre cómo van viviendo los acontecimientos y el paso del tiempo ocupan, con las variaciones propias de cada etapa de la vida, el desarrollo de todo el libro.

El libro «El desierto de los tártaros» fue escrito por Dino Buzzati en 1940. En 1976 se realizó una película a partir de la novela. Una lectura, a mi entender, muy aconsejable.

Berlín. La caída: 1945

Beevor, Antony - Berlin-La Caida 1945 - TapaEl anterior libro que leí presentaba información sobre las violaciones de mujeres cometidas por el Ejército Rojo en su avance hacia Berlín. Busqué información y me llevó hasta el libro que ahora comento. «Berlín. La caída: 1945», de Antony Beevor. No es un libro de historia al estilo de los libros escolares o las enciclopedias. Tampoco es una novela. Por su forma de narrar parece un documental bélico. Va contándonos los acontecimientos desde diferentes perspectivas, incluyendo continuamente testimonios y referencias de las personas que participaron en los mismos.

En los primeros capítulos nos presenta los acuerdos entre los dirigentes aliados con el fin de distribuir el territorio que debían ocupar los diferentes ejércitos. Pero después se centra en el avance del Ejército Rojo hacia Moscú. A lo largo del relato nos habla de las intenciones de Stalin en su conquista de la capital y del empecinamiento de Hitler y el Partido Nazi en prolongar una agonía que carecía totalmente de sentido. Los testimonios referidos son muy interesantes. Hay algunos elementos que quiero destacar:

  • Los generales americanos no tuvieron especial interés en Berlín. Estaban deseosos de acabar la guerra cuanto antes, evitando el mayor número posible de bajas. No pensaban en el posible interés político que tenía la ocupación de la capital.
  • Stalin no tenía ningún problema en ocultar información e incluso mentir a sus aliados con el fin de hacerse con la capital. Aparte del interés por humillar a Alemania, parece que estaba interesado en las investigaciones sobre energía atómica que los alemanes desarrollaban cerca de Berlín. Quería quedarse con el material y los investigadores.
  • Hitler estaba empeñado en arrastrar al pueblo alemán hacia la destrucción total. Habría sido feliz si cada alemán se hubiera suicidado un segundo después de hacerlo él. Creía que él representaba al pueblo alemán. Los militares de carrera querían evitar mayores sufrimientos al pueblo alemán, pero muy pocos y con escasos  resultados se atrevían a contradecir al Führer.
  • Los miembros del Partido Nazi y la SS tenían especial interés en castigar a cualquiera que intentara rendirse ante los aliados. Esperaban el sacrificio de todos y cada uno de los alemanes. Sin embargo, no tuvieron empacho en buscarse formas de escape, dejando abandonados a los soldados y a la población civil.
  • Los alemanes y, especialmente, las alemanas habrían preferido caer en manos de los aliados occidentales. Stalin lo suponía y siempre tuvo miedo de que Alemania capitulara antes ante Gran Bretaña y EEUU y les abriera las puertas de Berlín. Algunos generales alemanes pensaban que esto podría ahorrar muchos sufrimientos a la población alemana.
  • La fuerza desplegada por la URSS fue descomunal. Los generales disputaban entre sí para llegar los primeros a Berlín. Tenían mucha prisa en hacerlo. Los soldados eran sometidos a esfuerzos sobrehumanos. El número de bajas no importaba a Stalin.
  • Una buena parte de los soldados del Ejército Rojo convirtieron los asaltos, los pillajes y las violaciones a las mujeres en su forma habitual de entretenimiento cuando cesaban los ataques. Todo ello bañado abundantemente en alcohol. En un primer momento, la violación sistemática de mujeres parecía tener un carácter de castigo, por cuanto los alemanes habían hecho en la ocupación de la URSS; después pasó a ser una forma más de divertirse. Los testimonios son espeluznantes. Las violaciones se produjeron también con rusas que habían sido hecho presas por los alemanes durante la ocupación. «María Sapoval llegó a decir: «Me he pasado los días y las noches esperando al Ejército rojo. Esperaba que me liberasen, y ahora nuestros soldados nos tratan peor que los alemanes. No estoy feliz de estar con vida». «Resultaba difícil vivir con los alemanes -aseguró Klavdia Malaschenko-, pero esto es aún peor. Esto no es una liberación. Nos trata de un modo terrible y nos hacen cosas espantosas».

Y aquí un texto que me ha llamado especialmente la atención:

Un berlinés de dieciséis años llamado Dieter Borkovsky describió lo que había presenciado en un tren… «El rostro de los ocupantes estaba lleno de terror, ira y desesperación. Nunca había oído maldiciones como las de aquel día. De pronto distinguimos una voz por encima del ruido que gritaba: «¡Silencio!», y vimos a un soldado bajito u sucio con dos Cruces de Hierro y la Cruz Dorada alemana. en una de sus mangas llevaba una insignia con cuatro tanques metálicos, lo que significaba que había derribado cuatro tanques de combate a poca distancia. «Tengo que deciros algo -gritó, y el vagón quedó sumido en silencio-. Aunque no queráis escucharme, dejad de quejaros. Hemos de ganar esta guerra; no podemos perder nuestro valor. Si dejamos que la ganen otros y nos hacen sólo una parte de lo que hemos hecho nosotros en los territorios ocupados, no quedará un solo alemán vivo de aquí a pocas semanas». El silencio de aquel vagon era tal que podía oírse el vuelo de una mosca.

La forma de contar la historia resulta muy amena, aunque el exceso de datos sobre el avance de las fuerzas puede resultar abrumador y, en más de una ocasión, he estado un poco perdido de por dónde andaba cada ejército. Lo bueno es que cada batalla contada está acompañada por testimonios, palabras, intenciones e interpretaciones que nos recuerdan que nos ayudan a reconocer a las personas que intervinieron en las mismas. Una vez más, en estos hechos podemos reconocer lo mejor y lo peor de los seres humanos.

Mientras leía el libro, iba pensando en lo mal que le habían salido los cálculos a Hitler. El resultado de su locura fue que todo aquello que quería destruir se consolidara:

  • Ocupó la Unión Soviética para frenar el comunismo y consiguió que se extendiera y asentara sobre media Europa.
  • Pretendió extender los territorios alemanes más allá de lo que había poseído antes de la I Guerra Mundial y el resultado fue una Alemania dividida.
  • Quiso exterminar a los judíos y, al provocar su exilio, acabó favoreciendo el nacimiento del Estado de Israel.
  • Convirtió una nación relativamente próspera (los soldados rusos se asombraban de la comida y las construcciones de las granjas alemanas y no entendían qué habían ido a buscar los alemanes en la URSS) en un vertedero de escombros.
  • La supuesta superioridad del pueblo ario dio paso a su sometimiento y humillación, sobre todo ante los rusos.

Algunas de estas ideas aparecen también en el último capítulo del libro. Lo que todavía me sorprende más es que, de vez en cuando, aparezcan personas que todavía admiran a Hitler y su camarilla.

Por casualidad, el final de la lectura ha coincidido con las fechas en que se produjeron estos acontecimientos hace 68 años.