Tranquilos, que es el nombre de una novela, no voy a hacer ahora públicos mis pecados. La novela es de Jaume Cabré. La publicó en catalán, pero yo la he leído en la traducción castellana.
¿Qué tienen que ver una medalla de la Virgen, un violín, un pergamino y un cuadro de un monasterio? ¿Y qué relación puede haber entre un monje cartujo, un especialista en maderas, un asesino, un luthier, un inquisidor, un médico de la SS, un sacerdote y un comprador de objetos antiguos? ¿Cómo se unen las historias de unos judíos separados por cinco siglos? Hay muchos más personajes y muchas más historias. Hay que leer la novela para saber qué pasa. Hay al principio un recurso que me ha gustado mucho: los objetos sugieren historias, nos conectan con personas y con hechos del pasado. Pero no lo descubrimos todo a la vez, de golpe; el acercamiento se va realizando poco a poco, como si tuviéramos una memoria fragmentaria de lo ocurrido y fuéramos recuperando recuerdos poco a poco, relacionándolos con otros hechos que nos los sugieren o evocan.
Me ha gustado mucho, pero es un poco complicada. Los hilos argumentales se entrecruzan continuamente, vamos cambiando no sólo de personajes, a veces como interrumpiendo una conversación, sino también de lugares y tiempos. Al final vamos atando cabos, como se atan en la cabeza de nuestro narrador-protagonista, Adrià Ardèvol. Y todo esto, con una melodía de fondo: la de un amor que siempre tropieza con obstáculos, una felicidad que no se consuma, una vida que va perdiéndose en el olvido y se aferra a la escritura como una forma de perpetuar la memoria de ese amor. Pero para llegar a esto, hay que leer bastante, no hay que decaer ante la primera dificultad. Ha valido la pena. Ahí va una cita.
Después de pasarme la vida intentando reflexionar sobre la historia cultural de la humanidad y tocar bien un instrumento que no se deja tocar, quiero decirte que somos, todos nosotros, nosotros y nuestros afectos, una pputa casualidad. Y que los hechos se entrelazan con los actos y los sucesos; y las personas chocamos, nos encontramos o nos desconocemos y nos pasamos por alto también por casualidad. El azar lo es todo; o quizá nada es azaroso, sino que ya está dibujado. No sé con qué afirmación quedarme porque ambas son ciertas. Y si no creo en Dios tampoco puedo creer en un plan previo, se llame destino o como se llame.