Las nieves del Kilimanjaro

Reestructuración en la empresa; momentos de despidos. Un sorteo: los que ganan, pierden. Los nombres que aparecen son los de quienes se tienen que ir a la calle. Entre ellos, el de la persona que va sacando los papeles y leyendo los nombres. Un sindicalista que podía haber evitado estar en la urna, pero para él eso habría sido un privilegio.

Treinta años casado. Los amigos le acompañan en la fiesta y le regalan un viaje a África y dinero para gastarlo. Sin trabajo, pero feliz en la compañía de su familia y sus amigos. Tranquilo porque sabe que, a pesar de todo, ha hecho las cosas como debía.

Michel es el sindicalista, ahora despedido; Marie Claire, su esposa; Raoul, amigo de la infancia, cuñado y compañero de trabajo y luchas sindicales; Denisse, hermana de Marie Claire. Disfrutan de una velada juntos, jugando a las cartas. De pronto alguien irrumpe en casa. Les golpean, les roban. Pero es mucho más que el dinero lo que se pone en juego, lo que se puede perder.

Toda una vida luchando por unos ideales y ahora, poco a poco, parece que empiezan a desmoronarse. Una lucha que ni siquiera tiene el reconocimiento de aquellos que disfrutan de sus logros. Aparecen reacciones que nunca podrían haber imaginado. Hacer lo correcto, lo justo y, sin embargo, tener la sensación de que algo queda pendiente. Hacer lo que todos harían, pero saber que está siempre a medio camino.

En un momento en que los ideales por los que han luchado son cuestionados incluso desde su familia, Michel y Marie Claire descubren que hay algo mucho más importante: las personas concretas a quienes afectan sus decisiones. Se sienten responsables, no porque vayan a solucionar el mundo, como igual pensaban que harían en otro momento, sino simplemente porque en ese momento son ellos dos los que están ahí, los que se encuentran con ellas.

No hay discursos ideológicos, salvadores, que nos dicen lo que hay que hacer, qué es lo correcto. Nos encontramos, simplemente, con dos personas que sienten cómo las grandes ideas han ido cayendo, y ahora piensan en las personas concretas que se han cruzado en sus vidas.

Hay seis o siete diálogos muy interesantes:

  • El de Marie Claire con un camarero (muy simpático). Cada situación requiere de una bebida.
  • El de Marie Claire con una madre que no quiere saber nada de sus hijos (muy duro). Cuestiona lo que pensamos que debe hacer una madre que no quiere serlo.
  • Dos de Michel y el ladrón, donde se cuestiona hasta qué punto los demás reconocen o siquiera se interesan por aquello por lo que Michel ha luchado.
  • El de Michel y Marie Claire sobre sus ideales, sus luchas y su situación actual.
  • El de Michel y Raoul, donde se cuestiona si, cuando los problemas nos tocan directamente, estamos dispuestos a mantener la forma de actuar que en otros momentos considerábamos correcta.
  • El de Michel y Marie Claire con sus hijos, donde se cuestiona qué ha quedado de sus luchas del pasado y a qué viene ahora intervenir en una situación que no  debería afectarles.

No he podido dejar de relacionar la película con dos libros: el de Irene Comins «Filosofía del cuidar» y, más intensamente, con «Ética de la compasión» de Joan Carles Melich. La Ilustración fundó la ética sobre la razón y los derechos humanos. Necesarios, pero a veces insuficientes; sobre todo, cuando las personas son tratadas como realidades abstractas y no como seres de carne y hueso que nos interpelan desde el mismo momento en que se cruzan con nosotros. Y no vale preguntarse por qué me ha tocado a mí, por qué tenía que estar yo en ese momento. Y la pregunta no es quién debe hacer algo, sino qué puedo hacer yo. Y la respuesta no se plantea desde ideas abstractas, sino desde las necesidades particulares del otro.

Esto último me ha quedado un poco desgarbado, pero invito a ver la película y leer alguno de estos libros (al menos en parte). Después de ver la película, con la que además lo he pasado bien, vuelve a aparecer ese sentimiento de que se puede ser mejor y que no es un trabajo absurdo ni inútil, sino que vale la pena. No está mal, acabar una película o un libro, con ganas de mejorar.

Si alguien quiere ver un comentario bastante diferente, puede ver la crítica de Sergi Sánchez en la Razón: Guediguián y la mala conciencia. Igual hay que proteger la conciencia para que no nos afecten las consecuencias de las decisiones que tomamos. Igual hay que pensar que no somos responsables prácticamente de nada, que siempre hay una causa impersonal para vivir así tranquilos. Sí, mejor no tener mala conciencia o, ya puestos, no tener conciencia. La cinta no ofrece un discurso fácil de buenos y malos, ni de personas que tienen siempre claro lo que deben hacer.

Un poco de serenidad, por favor.

Hoy he estado en la manifestación de Alicante. Había mucha gente. Reconozco que no sé cómo calcular cuántos. Mañana, sindicatos y policía se encargarán de dar cifras muy dispares, como ha ocurrido en todas las manifestaciones. Allí había algo más, bastante más que funcionarios. Y es que este Gobierno, apoyado en todo momento por su partido y su mayoría absoluta, ha conseguido cabrear a mucha gente.

Esta mañana el ministro Montoro insistía en que los recortes (aunque no los llamen así) son necesarios porque no hay dinero. Ni hay dinero para pagar las nóminas de los funcionarios, ni va a haber (si siguen las cosas así) para mantener los servicios públicos. No ha especificado cuántos ni cuáles.

Como me decía mi compañera de trabajo, si en una casa el padre dice que no hay suficiente dinero y tienen que privarse de ciertas cosas o apechugar entre todos, la gente se calla y lo hace. Lo que no entenderían es que, después de decir esto, el padre gastara en cosas inútiles lo que quedaba. No sé si este Gobierno ha derrochado. Quiero creer que no; aunque su partido lo ha hecho de sobra en algunos sitios donde ha gobernado. Pero los políticos, como grupo, como clase o, mejor, como casta, parece que todavía no se privan de nada. Sus palabras, cuando todavía mantienen todos sus privilegios, suenan huecas; nos parecen carentes de autoridad para pedir sacrificios a nadie. Podemos entender que, si no hay dinero, haya que ajustarse, renunciar a muchas cosas e incluso imponer recortes; pero no podemos entender que estos recortes se apliquen sólo a una parte de la sociedad. Entre los que nos manifestábamos, había un poco de todo. Algunos entenderíamos ciertos recortes en nuestros derechos y nuestro sueldo; entendemos que la cosa está mal. Lo que no entendemos es la falta de ejemplo (y no lo digo como una cuestión moral) de quienes se sienten autorizados a imponer dichos recortes.

¿Y qué ejemplo esperaría? En primer lugar, que se apliquen los mismos criterios de desempleo y pensiones que exigen al resto de trabajadores, sin cotizaciones exprés ni nada parecido. Que la ley, ya que son ellos quienes pueden modificarla, sea igual para todos.

En segundo lugar, que no aprovechen los subterfugios de la ley para cobrar ayudas que no les corresponden. Critican y señalan con el dedo a trabajadores que trabajan mientras cobran el desempleo o a empresarios que defraudan a Hacienda (cosas que habrá que perseguir, por supuesto); pero ellos cobran ayudas por alquileres que no necesitan o por kilometraje que no cubren. Viven en Madrid en viviendas propias y cobran como si tuvieran que desplazarse 300 o 400 kilómetros todas las semanas.

En tercer lugar, que se empeñen por extirpar de entre sus listas a quienes han utilizado sus cargos políticos para enriquecerse, colocar a sus familiares o amigos, y hacer todo tipo de chanchullos. En lugar de empezar a decir que es todo un montaje de la oposición, que colaboren con la justicia para esclarecer los hechos y las responsabilidades. En lugar de decir que no es momento para comisiones de investigación (que dicho sea de paso, no tienen ningún valor penal), deberían facilitar las investigaciones judiciales.

Por último, que muestren sensibilidad ante las personas a quienes afectan sus decisiones. Espectáculos como el que dieron, unos y otros, en el Congreso sólo ayudan a que la gente se enfade más y entienda menos. Todo el lío montado con la Sra. Fabra ha venido muy bien para que la gente se preocupara más por esta señora que por los recortes que se estaban anunciando. De alguna manera, ha servido de pantalla protectora. La gente hablaba de Andrea Fabra, al menos en facebook, y no de Rajoy, que era quien estaba recortando. Pero a la vez, ha cabreado mucho a mucha gente. El espectáculo de los aplausos, de los gritos, hace que la gente desconfíe más, si cabe, de los políticos. Nos hace pensar que no se toman en serio nuestro bienestar ni nuestro futuro. Nos anima a percibirlos como una casta que gobierna, pero que se sitúa por encima de la ley y de las decisiones que nos imponen. Si a esto le añades el magnífico currículum de imputaciones que presenta su padre y la chulería con que se enfrenta al público, ¿cómo no nos vamos a cabrear? Son ellos mismos, los políticos, de unos y otros partidos, los que han alimentado el malestar de tantos ciudadanos.

Todo esto sin entrar a discutir si las decisiones que han tomado van a ser efectivas o no. Todo lo que decían que no había que hacer, lo están haciendo. Todos los argumentos que utilizaron contra el gobierno anterior, serían ahora aplicables a ellos. Pero eso va más allá de lo que yo llego a entender. Hay muchos que dicen que hay otros sitios de los que se puede recortar. A mí, en principio, me bastaría con que empezaran a recortar sus privilegios y a pedir responsabilidades políticas y penales a quienes han utilizado el dinero público en su propio beneficio. Igual así empezaba a creerles.

Me ha quedado largo. No hay aquí ironía. Igual es un síntoma de cansancio. Tampoco hay nada original; todo esto lo hemos oído y leído muchas veces. Me entristece pensar que con las manifestaciones, como antes con las huelgas, igual no conseguimos nada. Me bastaría con que, antes de empezar a atrincherarse en que la oposición quiere ganar en la calle lo que no ha ganado en las urnas y cosas semejantes, los gobernantes entendieran que hay mucha gente que no está de acuerdo con lo que hacen ni en cómo lo hacen. Y que tienen la obligación de hacerse entender ante estas personas, que, a fin de cuentas, son los ciudadanos a los que tienen que servir.

Aplausos y mayorías

Está bien eso de apoyar al líder cuando tiene que tomar decisiones difíciles (pobrecito), pero no era el momento ni la forma, teniendo en cuenta que las medidas que tomaba afectan notablemente a muchas personas (con muchas más dificultades que su pobre líder). ¿Que había que replicar a la oposición? Un poco de talla política, por favor, que se trata del bienestar y el futuro de muchas personas.

Alfonso Alonso justifica los aplausos a Rajoy.

Andrea Fabra replicaba a los socialistas.

No me extraña que recorten en educación…

No me extraña que recorten en educación, porque a algunos les falta bastante.

Parece que nuestros políticos ya se han aplicado los recortes en educación, sensibilidad social, preocupación por el interés público, responsabilidad, honestidad, buenas maneras, sentido de Estado…

De casta le viene al galgo: Andrea Fabra y su precoz y polémica carrera política a la sombra de su padre.