La naturaleza de la felicidad

Un libro más sobre la felicidad, pero esta vez escrito por un zoólogo, Desmond Morris, conocido sobre todo por su libro «El mono desnudo». El libro se aleja de cualquier recetario para vivir bien. Se mueve en el terreno de la biología e intenta describir y explicar desde la biología diferentes tipos de felicidad.

Para Morris, la felicidad consiste en momentos de placer muy intenso. No es necesario que se trate de un estado permanente o estable en las personas. Podemos experimentar pequeñas dosis de felicidad, aun cuando algunos de los tipos de felicidad que presenta, pueden acabar produciendo mayor malestar. Así, el autor nos habla de la felicidad que procede de buscar un objetivo o finalidad, de la competición, de la cooperación (todas ellas vinculadas con nuestro pasado como cazadores), de la felicidad por la prole (genética), la felicidad vinculada a los sentidos (comer, beber, sexo…), la felicidad intelectual (que se produce durante la investigación o la resolución de problemas, aun cuando sea como un juego), la felicidad del ritmo (asociada a la producción de endorfinas mientras bailamos o seguimos movimientos acompasados), la felicidad del dolor (asociada a la negación del placer y su imposición a otras personas), la felicidad del riesgo (asociada a nuestro pasado como cazadores, pues nos permite revivir la tensión que teníamos entonces), la felicidad contemplativa y la devota (relacionadas con la meditación o las experiencias religiosas, que son hacia las que Morris parece mostrarse menos comprensivo), la felicidad química (producida por el consumo de drogas), la felicidad de la ficción (en la que creamos la experiencia gratificante mediante la imaginación), la felicidad cómica (relacionada con la risa) y la felicidad casual (producida por algún acontecimiento fortuito).

Aunque advierte de los riesgos de ciertos tipos de felicidad (la producida por las drogas) o se muestra crítico con quienes disfrutan con las felicidades sádicas, contemplativa o devota, el autor viene a decir que cada uno debe encontrar su manera de sentirse feliz. No hay un modelo único de felicidad ni tampoco una felicidad con mayúsculas, como si se tratara de un estado permanente del ser humano. Sólo encontramos un placer especialmente intenso asociado a determinadas conductas o situaciones y eso es suficiente para considerarnos felices durante unos instantes.

El libro está bastante alejado de cualquier libro de autoayuda; se limita a explicarnos por qué ciertas conductas nos producen placer. Para intentar aclararnos un poco más con ese concepto de la felicidad y no quedarse en esta felicidad de bajo nivel, prefiero el libro de Eduardo Punset «El viaje a la felicidad», que también se mueve en el terreno de la divulgación científica, aunque resulta algo más complicado de leer que las descripciones que nos ofrece Desmond Morris.

En busca de Bobby Fischer

¿Qué pasa en una casa cuando los padres descubren que un hijo suyo es un genio? El título de la película me sugería algo así como la reconstrucción de la biografía de Bobby Fischer, el ajedrecista americano, pero la búsqueda no es sobre él, sino sobre un posible sucesor suyo, alguien que volviera a jugar como él.

Aquí aparece Josh Waitzkin, quien con 7 años aprende solo a jugar al ajedrez y su capacidad para aprender parece espectacular. Pero él lo vive como algo normal. No así su padre,  quien le busca un profesor. El profesor está más pendiente de hacer de él un nuevo Fischer, olvidando que Josh no es igual. Pretende inculcarle un desprecio hacia los adversarios y un deseo de ganar a toda costa que el niño no posee ni quiere poseer.

La película nos muestra a otros padres que se sienten fuertemente dececpcionados cada vez que sus hijos cometen algún error. El propio padre de Josh entra en esa forma de actuar, hasta que la madre les pone freno.

En el niño los adultos vuelcan sus expectativas y sus proyectos (como es el caso del padre, representado por Joe Mantegna) o sus miedos y sus fracasos (como el profesor, interpretado por Ben Kingsley). Sólo la madre les hace recordar que Josh es sobre todo un niño y, además, un niño con un buen corazón, que no necesita verse sometido a la presión de la competición ni tiene por qué tener ese deseo de ganar. Él disfruta jugando al ajedrez en el parque, con gente que aprovecha lo que gana en las partidas para ir tirando, aunque su juego no resulte demasiado ortodoxo. La madre quiere ver a su hijo disfrutando con ello, sin que tenga que ser alguien más que él mismo. Y así es como mejor juega el niño.

Al final, la película nos informa de que Josh ha llegado a ser el menor de 18 años mejor clasificado en los torneos de EEUU. Ha aprendido más sobre el ajedrez, pero no ha dejado de jugar al beisbol, al fútbol ni ha dejado la pesca. El ajedrez o cualquier otra actividad puede ser muy interesante, puede llegar a ser un arte. Algunos niños pueden ser genios en él, pero siguen siendo niños que necesitan muchas más cosas y sobre todo la atención y el cariño de sus padres por encima de sus victorias o derrotas, por encima del puesto que ocupen en el ranking.

Me parece un reflexión muy interesante. A los padres nos gustaría tener hijos que destacaran en algún ámbito (el deporte, la ciencia, el arte…); seguramente pensando en nosotros mismos, en lo que nos habría gustado ser o alcanzar. Pero los niños no son una proyección de nosotros mismos y, sobre todo, siguen siendo niños aunque en alguna de estas cosas superen a muchos adultos. Necesitan seguir siendo niños, con sus juegos, sus fantasías, sus ilusiones (no las de sus padres) y con el tiempo que sus padres les puedan brindar para sentirse protegidos y queridos por ellos. Nadie necesita ser otra persona, nos basta con ser nosotros mismos.

La película nos muestra a otros padres que se sienten fuertemente dececpcionados cada vez que sus hijos cometen algún error. El propio padre de Josh entra en esa forma de actuar, hasta que la madre les pone freno.

La otra vida

Estos días he visto «After life», dirigida por Agnieszka Vosloo (2010). La película nos presenta a un encargado de funeraria (Liam Neeson) que posee un don peculiar: puede hablar con las personas recientemente fallecidas, con el fin de ayudarles a aceptar el hecho de su muerte. La película gira en torno a la relación que establece con una joven (Cristina Ricci) y las dificultades que tiene para comprender su nueva situación.

Los diálogos están cargados de reflexiones acerca de la vida y la muerte (como no podía ser menos, dado el planteamiento de la película). El responsable de la funeraria cuestiona a la joven si realmente estaba viva antes, si lo que ella vivía realmente podía llamarse vida o no era sino una forma de morir. Le hace descubrir su miedo a amar, a entregarse a otra persona.  La película entera invita a reflexionar sobre el sentido de la vida, pero algunas escenas resultan más densas.

El planteamiento de la situación está muy bien hecho (al menos según mi parecer), rozando a veces el misterio e incluso el miedo. No sabemos muy bien si Neeson tiene un don o es simplemente un loco que retiene a una joven todavía viva. La ambigüedad permanece durante toda la película.

Ciudad de vida y muerte

La película de Lu Chuan narra la invasión japonesa de la ciudad china de Nanjing. Nos muestra a seres humanos capaces de las mayores atrocidades: asesinar prisioneros de guerra, violar masivamente a las mujeres, no respetar la zona de refugiados, matar niños… La película no ahorra nada en sufrimiento. Parece ser que los hechos fueron así. Evidentemente hay personajes ficticios que ayudan a mantener el relato o a invitar al espectador a una reflexión sobre lo ocurrido. Yo he pensado en dos niveles:

  1. De una parte los hechos y su valoración. La actuación del ejército japonés es brutal. Es un ejército de salvajes guiados por salvajes o por superiores dispuestos a justificarlo todo. No sienten ningún respeto por la vida ajena; no existe nada parecido al concepto de dignidad.
  2. Por otra parte, la distancia moral que pretende tomar un soldado japonés que se ve inmerso en una barbarie a la que no encuentra justificación. ¿Se puede seguir actuando moralmente en medio de tanto salvaje? ¿Se puede vivir así?

Más que ciudad de vida y muerte, me ha parecido sólo ciudad de muerte, pues los únicos que permiten que la vida permanezca (este soldado japonés, los extranjeros que organizan la zona de refugiados…) tienen que abandonar el país, son exterminados o deciden dejar de vivir.

Reconozco que este tipo de películas me gusta, aunque algunos las consideren como propaganda. Creo que, al igual que con lo que hicieron los alemanes en Europa, es bueno que, de vez en cuando, recordemos las atrocidades que Japón cometió en Asia. Unos países que aparecen ahora como modelo, fueron capaces de embarcarse en aventuras imperialistas que causaron las mayores atrocidades del siglo XX (si añadimos también la aportación de Stalin, aunque Rusia no sea actualmente modelo de nada bueno). Es verdad que en el fondo estas películas hablan de la condición humana (título de otra película centrada en la invasión de Manchuria), pero de una condición humana que se encarnó en las decisiones de unas personas concretas y unas naciones.

Escribir un blog e ideas

Cuando empecé a escribir un blog, pensaba que tenía cosas interesantes que decir. Ahora ya no estoy tan seguro de ello. Es verdad que cuando escucho las noticias, veo alguna película, leo un libro o simplemente contemplo algún suceso, suelo pararme a pensar sobre ello. Pero he descubierto que, para cuando me pongo a escribir, ya hay otros que han escrito sobre ello y, con frecuencia, mucho mejor que yo. Aun así escribo. Tal vez sea porque escribirlo en un blog me ayuda a retenerlo en la memoria un poco mejor. En lugar de hacer fichas en el ordenador, lo cuelgo en internet.

Este tampoco es un blog íntimo. No suelo hablar de mí, como en algunos blogs que están por ahí, en ese espacio de todos, donde la gente habla de todo: sus sentimientos, sus fracasos, sus problemas, sus anhelos, su fe, sus alegrías y penas… Eso, un poco de todo. Yo hablo más de ideas (o de impresiones e ideas, por parafrasear a Hume). Y mis ideas no son exactamente yo. Las ideas son un añadido, muy útil, de las cuales no siempre podemos desembarazarnos, pero es algo que hemos ido adquiriendo con el tiempo. Las ideas no son la persona. A veces ayudan a desvelarla, pero en ocasiones la ocultan. Las ideas nos sirven para aclararnos con la realidad, pero también para defendernos de ella. Aunque son nuestras y las hemos ido labrando con el tiempo, también podemos desembarazarnos de ellas. De hecho, de vez en cuando, nos damos cuenta de que nuestras ideas han cambiado. Así que expresar las ideas, aunque creamos que son nuestras propias ideas, tiene algo de prestado y de ajeno. No todo, pero sí algo.

Entonces, ¿soy yo quien escribe esto? Sí, pero eso no quiere decir que sea yo quien se manifiesta en esto, al menos no todo yo, tan sólo una parte de mí, mis ideas, y no todas mis ideas, sólo aquellas que considero que resultan más o menos digeribles socialmente.

¿Hay por tanto otras ideas que permanecen ocultas? Por supuesto, pero no las voy a desvelar aquí. A fin de cuentas, ejerzo una función pública y mis pocos lectores suelen ser alumnos míos. Tampoco es cuestión de marear al personal.

A veces he pensado escribir un blog con pseudónimo para así sacar a la luz no sólo ideas, también sentimientos, deseos, aspiraciones, conflictos… Algo más próximo al yo que soy. Pero, ¿sabes que pasa? Me da pereza. Además, cuando uno escribe un blog, en lugar de un diario personal, espera que alguien le lea. A fin de cuentas, internet es un espacio público. Expresar lo que realmente pienso, deseo o espero para que nadie sepa que eso existe tampoco me apetece. Así que me dejo llevar por la pereza. Al menos, de entre los pecados capitales, no es de los peores.

de presocratics Publicado en Sin categoría Etiquetado ,

El libro de Eli

Otra película sobre el tiempo después de la Guerra. No se trata de la II Guerra Mundial, sino de la guerra que está por venir y que acabará con nuestra civilización, en la linea de «The road«. La diferencia es que la de Viggo Mortensen es mucho más pesimista. El libro de Eli nos situa también en ese escenario grisáceo, sin color, en el que los hombres han perdido todo horizonte y se dedican al pillaje, el asesinato y a comerse unos a otros. Denzel Washington es un viajero solitario con trazas de superheroe al estilo del monje de Chow Yun-Fat, pero con un barniz cristiano. Eli tiene también algo que proteger: se trata de un libro que lee cada noche y tiene que llevar al Oeste.

En su camino llega a un poblado, donde un jefe impone su ley. Quiere reconstruir la civilización, pero para ello necesita un libro que a lo largo de la historia ha servido para dominar las conciencias de los hombres. Él sabe que sólo con la fuerza es imposible crecer y construir ciudades; necesita que las personas se dejen guiar desde dentro.  A esas alturas de la película ya se imagina uno que el libro es la Biblia y, ¡cómo no!, es el libro que esconde Eli. El mismo libro sirve como guía para uno y como poder de dominio para el otro. La película, que empieza en plan peleitas de superhéroe, se decanta por la moralina.

¿A qué viene este interés por los libros? Porque después de la guerra, los libros fueron quemados, pues los hombres pensaron que habían sido la causa de las disputas entre ellos y el desencadenante de la destrucción. Sólo algunos ejemplares se salvaron.

Algunos, sin embargo, quieren reconstruir la civilización perdida y piensan que para volver a humanizar la vida de los hombres, necesitan recuperar el legado que había en los libros.

La película transpira moralina de afroamericano evangélico y, a mi entender, eso le hace perder fuerza, porque en vez de contarnos una historia pretende enseñarnos algo. Algunas de las cosas que sugiere la peli:

  • La biblia puede ser utilizada como guía espiritual y como instrumento de dominación.
  • Nuestra cultura ha mamado de las tres grandes tradiciones religiosas monoteístas (esto se ve al final).
  • Aunque esa tradición cultural ha conducido a la humanidad al desastre, lo que queda cuando prescindimos de ella es peor. Así que si queremos seguir siendo humanos, deberíamos recuperar esas fuentes, pero alejadas de su instrumentalización.
  • Hay, por tanto, toda una reflexión sobre la cultura occidental, sobre su origen, sus aspectos negativos y su capacidad creadora. Por mala que sea, es peor olvidarla.

La cuestión no es que no esté de acuerdo con lo que pretende enseñar; es que ahora no me apetecen películas que pretendan enseñarme cosas que yo ya pienso y de una manera tan obvia. Quizás por ello prefiero «The road», porque no enseña nada, o lo que enseña es cómo el hombre puede llegar a ser el peor enemigo del hombre (aquello del homo homini lupus), sin tener que ofrecer una esperanza ni un final feliz. La única esperanza que ofrece «The road» es que hay otros tan desorientados como los protagonistas, que también están en búsqueda. Pero no sabemos si llegan a encontrar nada.

Una vez escuché algo sobre el cine: en tiempos de crisis aparecen películas de monstruos y cada vez son más temibles. Quien lo dijo (que ahora no sé quién fue) iba relacionando a King Kong, los dinosaurios de Parque Jurásico, Godzilla y otros con períodos de crisis económica. Yo no tengo ahora ganas de hacer ese esfuerzo, seguro que en internet alguien lo ha puesto ya. Pero con estas películas debemos aventurar que la crisis actual es de las gordas, pero muy gordas, pues aquí ya no hay monstruos que destruyen una ciudad o atacan a un grupo de humanos atolondrados; sino que acabamos con todas las ciudades y con eso que se llama civilización. Esto ya lo habíamos visto en Mad Max II y III; así que el planteamiento no es del todo nuevo.

Espero que ZP no dure tanto, porque habrá que hacer algo antes de que todo eso suceda.

Desgracia

«Desgracia» es el título de la película dirigida por Steve Jacobs, adaptando la novela homónima de J.M. Coetzee. Para ver la película hace falta tener un hígado con cierto aguante, aunque las escenas violentas no son demasiado explícitas, y con una actitud mental dispuesta a no entender las reacciones de algunos personajes.

La historia se desarrolla en Sudáfrica. John Malkovich es un profesor de literatura que se va metiendo poco a poco en un lío sexual con una de sus alumnas. Sus relaciones son casi obsesivas, aunque la película pasa rápidamente sobre ellas para conducirnos a otro lugar: el campo, donde vive su hija, dedicada a cuidar y vender plantas y flores. Estando allí sufren una agresión (no cuento más, para que la vean), y a partir de aquí empieza nuestra perplejidad. Seguramente nos sintamos identificados con la forma de actuar del padre y no entendamos los planteamientos de la hija y de un negro vecino suyo. Y aquí está, quizás, lo bueno de la película: en que nos hace cuestionarnos, si nos dejamos cuestionar, sobre nuestra forma de juzgar moralmente. No hace falta que nos dejemos convencer por la hija o su vecino, pero no está mal nos planteemos que los conflictos morales pueden verse desde diferentes perspectivas, algunas de las cuales pueden resultarnos insólitas.

Al padre, al menos, le sirve para cuestionar la manera en que se ha relacionado con las mujeres y, particularmente, con la joven alumna.

Lo dicho: para ver sabiendo que vamos a sufrir un poco emocionalmente y cuestionarnos intelectualmente.

El Dr. Jekill y Mr. Hide

Hace un par de días terminé la lectura de «El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hide». La historia, al menos a grandes rasgos, es de sobra conocida. Sin embargo, hace falta la lectura del libro para conocer lo que mueve al Dr. Jekill a convertirse en Mr. Hide. Me ha recordado varias cosas de Platón y Nietzsche.

El Dr. Jekill es un hombre trabajador, soltero, dedicado al estudio y que, de cuando en cuando, parece que cae en alguna tentación, aunque no sabemos cuál es. Parece vivir en esa permanente contradicción que ya había apuntado San Pablo: «No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Romanos 7, 15).  El caso es que dichos pecados le producen remordimientos de conciencia, con lo cual, el placer alcanzado en ellos se traduce posteriormente en dolor. Así que no llega a ser tan virtuoso como querría, ni llega tampoco a gozar plenamente de sus caídas. ¿Cómo solucionarlo? Consciente de que va a ser incapaz de superar dicha contradicción, decide convertirse prácticamente en dos sujetos diferentes: uno el que ya es, el Dr. Jekill, hombre virtuoso, mucho más virtuoso que en la actualidad; otro, el mosntruo que todos conocemos, Hide, abocado a todo lo que le apetece, sin importarle las consecuencias. Lo que hace Hide, Jekill no lo vive como propio, con lo cual no le produce remordimientos. La conciencia de Jekill no interviene cuando está presente Hide, con lo cual puede entregarse plenamente a gozar de sus apetitos. Así, siendo dos sucesivamente, puede vivir virtuosamente y como el mayor pecador. Claro, ya podemos suponer que semejante situación no va a verse libre de complicaciones, no previstas por Jekill. Pero para conocerlas al detalle, lo mejor es leerse el libro (que además es bastante corto).

Y aquí es donde he recordado a Platón. Cuando hablamos de su concepción del alma, explicamos que aun sabiendo que si el alma es inmortal, Platón tenía que entenderla sin partes, se ve abocado a diferenciar tres partes en ella para poder explicar la contradicción que vivimos internamente. Aun cuando tenemos claras las cosas que debemos hacer, no siempre las hacemos y, con frecuencia, acabamos haciendo las cosas que reprobamos. Platón lo explica diciendo que las partes irascible y apetitiva no siempre siguen los dictados de la razón. Lo que en Platón son partes, no siempre en concordia, de una misma alma, Jekill, o mejor dicho Stevenson, el autor de la novela, lo convierte en dos sujetos que actúan independientemente.

Pero también cabe recordar a Nietzsche. Jekill representaría la moral platónica, o incluso el rigor del deontologismo kantiano: la obligación de cumplir con el deber moral. Hide representaría la voluntad de poder, el deseo de afirmarse sin ningún freno y de disfrutar la vida plenamente. Una cosa le aleja de Nietzsche: el miedo a la muerte y su dependencia, en este sentido, de Jekill.

Tal vez otros podrían encontrar otros ecos. Estos son los que me ha sugerido esta lectura, de la que he disfrutado mucho. Jekill y Hide constituyen unidos un monstruo mucho más cercano a nosotros que Drácula, de quien también he escrito una entrada. Jekill y Hide representan, en grado sumo, la contradicción que vivimos casi todos y constituye una constante en la humanidad. Antes citaba a San Pablo; también Medea, en la Metamorfosis de Ovidio, dice: «Veo el bien y lo apruebo, pero hago el mal». ¿Quién puede decir que esto no le afecta?

Como ejemplos reales de Jekill y Hide tenemos a los «monstruos» que de vez en cuando nos presentan los medios de comunicación: violadores, asesinos en serie, maltratadores… que gozaban, sin embargo, de la estima y consideración de quienes les rodeaban y desconocían todas las fechorías que realizaban.

Drácula

Acabo de leer Drácula, la novela de Bram Stoker. Me ha enganchado desde el principio. Me ha llamado mucho la atención la manera en que está construido el relato: como si fuera la transcripción de varios diarios personales, cartas, recortes de prensa… De esta manera vamos escuchando a varios narradores, cada uno mostrando su peculiar punto de vista ante los hechos que se van desarrollando. En este sentido es una novela muy cinematográfica, ya que podemos contemplar a la vez los hechos desde diferentes perspectivas. Hay momentos en que nosotros, los lectores, sabemos mucho más que algunos protagonistas, ya que contamos con datos todavía desconocidos para ellos. Eso nos permite poder interpretar los hechos de una manera más precisa que los mismos protagonistas, a la vez que nos hacemos conscientes de sus dudas, sus titubeos y sus temores.

Tal vez el ritmo narrativo decae un poco cuando todos están juntos y los diarios personales se parecen mucho más. Pero la novela me ha gustado mucho y me ha enganchado, ya sabes: que tenía ganas de encontrar momentos para seguir leyéndola o no me importaba acostarme más tarde para continuar la lectura. He disfrutado mucho.

Supongo que en un momento en que no existía el cine, como cuando se publicó Drácula, el efecto en los lectores sería más fuerte, provocaría más miedo. Ahora no podemos evitar que la lectura nos evoque escenas de películas (F. Coppola hizo una adaptación de esta novela) y los monstruos ya nos resultan familiares. De todos modos, a mi edad, ya uno sabe que los monstruos del papel o del celuloide (palabra en vías de desaparición) no son nada comparados con los monstruos de carne y hueso. ¡Anda que no debe haber vampiros por ahí!

Gordos

Una comedia atractiva, entretenida y bien hecha sobre un tema sobre el que tanto nos cargamos la cabeza. La gordura a veces sirve para ocultar conflictos que no tenemos resueltos, pero el deseo de adelgazar puede servir también para taparlos. El tema de la obesidad y el deseo de adelgazar sirve como pretexto para desgranar cinco historias personales, cada una con sus conflictos y con su manera peculiar de sobrellevarlos o de sobrevivir a ellos.

Muy bien para pasar un buen rato y, de paso pensar, aunque sólo sea un poco.